lunes, 7 de septiembre de 2020

historia 11° septiembre

 

MUCHACHOS NO SEAN “LELOS”, DISFRUTEN CADA MOMENTO EN EL QUE PUEDAN ADQUIRIR CONOCIMIENTO

 

GUÍA DE APRENDIZAJE Y TRABAJO AUTONOMO N° 02

NÚMERO DE HORAS  04

FECHA: septiembre

ASIGNATURA: historia

GRADO:  undecimo

PERIODO: 3

 

Unidad 2: época republicana en Colombia

Temas:

Conceptualización

DOCENTE: JUAN ESTEBAN GAÑAN ROMAN 

LOGROS ESPERADOS:

Comprendo el proceso de consolidación del estado Colombiano a través del proceso republicano.

 

CONTACTO: profeganan@gmail.com

profeganan.blogspot.com

Reciban todos un cordial saludo, la presente guía tiene como fin, avanzar conceptualmente sobre los contenidos temáticos de las clases correspondientes a la última semana del mes de agosto y a las semanas del mes de septiembre. En ese orden de ideas, encontraran a continuación las clases numeradas del 1 al 5, pues nuestra intensidad horaria es de una hora por semana, además podrán encontrar las actividades en un tamaño de letra superior al resto del texto.

Desde

La anterior guía, nos ha ubicado en la historia de Colombia en el siglo XIX, básicamente lo que en ella se desarrollo fue una breve comprensión de las trasformaciones estatales de Colombia durente ese siglo. como lo pudieron ver, desde 1810 hasta 1886, nuestro estado cambio varias veces sus formas administrativas de gobierno, asi como su estructura económica. En esta guía, pasaremos a comprender la “hegemonía conservadora” un periodo de historia colombiana, que inicia 1886 con la creación de La republica de Colombia hasta 1928 con la llegada del preseidente Enrique Olaya Herrera.

 

Clase 1

La hegemonía conservadora

La hegemonía conservadora fue un periodo de la historia de Colombia en el que el Partido Conservador se mantuvo en el poder ininterrumpidamente durante 44 años. Esta etapa comenzó en 1886 y terminó en 1930, cuando los liberales recuperaron el poder.

Los enfrentamientos entre facciones políticas habían sido constantes en la historia colombiana desde su independencia. En 1863, los liberales radicales promulgaron la Constitución de Rionegro, con la que instauraron una república federal. A pesar de algunos logros en el ámbito de las libertades, a finales de los 70 del siglo XIX el país estaba atravesando una importante crisis.

Rafael Núñez

Rafael Núñez, liberal en sus inicios, impulsó un movimiento que denominó Regeneración. Su intención era derogar las reformas decretadas por el Partido Liberal y recuperar el centralismo administrativo. Cuando alcanzó la presidencia, apoyado por los conservadores, Núñez promulgó una nueva constitución, circunstancia que dio inicio a la hegemonía conservadora.

Durante las cuatro décadas de gobiernos conservadores, Colombia atravesó momentos complicados como la Guerra de los Mil Días o la separación de Panamá. En lo positivo, ya en el siglo XX el país experimentó una gran mejora económica, lo que sirvió para mejorar sus infraestructuras.

Constitución de 1886

Rafael Núñez ganó de nuevo las elecciones de 1884, aunque una enfermedad retrasó su incorporación al cargo. Al año siguiente, un enfrentamiento interno en el Estado de Santander fue utilizado por los liberales radicales para comenzar un levantamiento que se extendió por todo el país y dio lugar a una guerra civil.

Los liberales radicales tenían como último propósito derrocar a Núñez. Su intento no tuvo éxito y los conservadores fueron los vencedores de la contienda. Después de esto, el propio Núñez anunció que la Constitución de Rionegro dejaba de tener validez.

El 10 de septiembre de 1885, el presidente colombiano convocó una Asamblea Constituyente. El resultado fue una nueva Carta Magna, aprobada en 1886, que acababa con el centralismo y los principios liberales de la anterior.

Causas

El primer presidente de la hegemonía conservadora fue José María Serrano, quien asumió el cargo en 1886. No obstante, el hombre fuerte del país era Rafael Núñez.

Problemas económicos

El gobierno liberal había intentado mejorar la economía mediante un sistema basado en el liberalismo. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados, sobre todo a partir de 1870.

La falta de un sector privado fuerte y la menor participación estatal en la economía provocaron el empobrecimiento del país. El mercado interior, ya de por si débil, disminuyó aún más.

Oposición al federalismo

El enfrentamiento entre federalistas y centralistas fue constante desde la misma declaración de independencia. La Constitución de Rionegro organizó el país como un estado federal, con amplios poderes para las provincias.

 

Durante el tiempo en los que el país se denominó Estados Unidos de Colombia la inestabilidad fue constante. Además, el sistema electoral, con votaciones en fechas diferentes según el estado, provocó problemas a la hora de conformar los órganos de gobierno.

Núñez afirmaba que ese federalismo estaba arruinando el país y convirtió su eliminación en una de las bases de la Regeneración.

Relaciones con la Iglesia

La Iglesia Católica en Colombia tenia un poder heredado de la época colonial. Los liberales, especialmente su facción radical, intentaron reducir su influencia política y social. Para ello decretaron la separación efectiva entre el Estado y la Iglesia, además de impulsar la educación laica.

Los conservadores, por su parte, mantenían lazos históricos con la institución eclesiástica y estaban en contra de que esta perdiera su poder. Para Núñez, por ejemplo, posicionarse en contra de la Iglesia suponía no respetar a la gran mayoría del pueblo, profundamente católico.

 

Características de la hegemonía conservadora

La Constitución de 1886 reflejó todas las características de la hegemonía conservadora. Esta Carta Magna, basada en la Regeneración, volvió a organizar el país como un estado centralista, con un Presidente que acumulaba el poder legislativo y el control del orden público.

Vuelta a las tradiciones coloniales

La base social que apoyaba a la hegemonía conservadora estaba compuesta, principalmente, por las clases más altas: terratenientes, clero, militares y oligarcas. Todos ellos coincidían en el deseo de mantener las estructuras heredadas de la época colonial, tanto en la política como en la economía.

Esto conllevó, por ejemplo, en que la estructura de propiedad de la tierra se mantuviera inalterada, así como el rechazo a la abolición de la esclavitud.

Cercanía con la Iglesia

La alianza entre los conservadores y la Iglesia llevó a que el gobierno negociara un concordato con Vaticano que daba enormes poderes al clero.

Durante la hegemonía conservadora, el catolicismo se convirtió en la religión oficial de Colombia. La Iglesia logró la cesión de la administración del sistema educativo, lo que significaba que era responsable de que la educación fuera acorde a la mora religiosa.

 

Economía

El Partido Conservador trató de limitar la política de libre mercado que habían impuesto los liberales. Sin embargo, los primeros años de ese periodo no fueron buenos para la economía colombiana, sobre todo por acontecimientos como la Guerra de los Mil Días o la separación de Panamá.

Oficiales del ejército gubernamental en 1899 – Fuente: Página del gobierno de Colombia bajo la licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0

En 1904, la situación comenzó a mejorar. El presidente Rafael Reyes concedió ayudas a comerciantes y agricultores, lo que favoreció el consumo y las exportaciones. Pocos años después, Estados Unidos pagó una gran indemnización por haberse apropiado del canal de Panamá, dinero que fue utilizado para construir infraestructuras.

Por otra parte, Colombia también se vio favorecida por el auge en la exportación de café, que se convirtió en la principal fuente de divisas del país.

La contratación de la Misión Kemmerer sirvió para modernizar las estructuras económicas colombianas. Igualmente, el país comenzó a industrializarse. A pesar de todo lo anterior, a finales de los años 20 del siglo XX una nueva crisis azotó la nación.

Represión política y sindical

Los conservadores también derogaron parte de las leyes promulgadas por los liberales en el ámbito de las libertades individuales. Así, la censura volvió a ser común en el país, muchos periodistas fueron encarcelados y bastantes periódicos cerrados.

Igualmente, la hegemonía conservadora se aseguró de que los liberales no pudieran acceder a puestos re relevancia. A esto hay que unir que muchos opositores fueron enviados a prisión o al destierro.

La industrialización del país, ya en el siglo XX, provocó la aparición de organizaciones sindicales que trataban de mejorar los derechos de los obreros. El enfrentamiento entre los gobiernos conservadores, defensores de las empresas, y los movimientos de trabajadores fue una constante durante años.

La represión desatada tuvo su punto álgido en la llamada matanza de los bananeras. Miles de trabajadores de United Fruit Company fueron asesinados en el transcurso de una huelga convocada para solicitar mejoras laborales.

Actividad 1

·         Realiza un informe de la lectura anterior

·         De acuerdo a la lectura, haz un listado de hechos que marcaron la hegemonía conservadora

Clase 2 y 3

 

Consecuencias de la hegemonía conservadora

La hegemonía conservadora tuvo consecuencias importantes para Colombia. Algunas de ellas, como la formación de instituciones públicas estables, positivas. Otras, como la censura o la represión sindical, negativas.

Expansión del cultivo de café

Los gobiernos conservadores modernizaron la industria cafetera hasta convertir a este producto en la base de sus exportaciones. Para ello, ayudaron a los grandes empresarios para que mejoraran la producción.

El resultado fue un importante aumento de los ingresos gracias al impuesto a la exportación del grano. Ese dinero, a pesar de las acusaciones de corrupción, fue en parte utilizado para mejorar las infraestructuras.

Desarrollo del transporte

A inicios del siglo XX, los gobiernos de la hegemonía conservadora ampliaron las redes de ferrocarriles en toda Colombia.

En 1919, la aviación comercial empezó a funcionar en el país. La responsable fue una sociedad con participación alemana.

Desarrollo de la industria

Los conservadores también impulsaron la industrialización del país para intentar que la agricultura no fuera la única actividad económica importante. En un primer momento, tuvieron que importar maquinaria desde el exterior, aunque poco a poco esto fue cambiando. Buena parte de esas industrias estaban en manos extranjeras.

 En lo negativo, esta industrialización provocó la migración de muchos antiguos trabajadores agrícolas a las ciudades. Las condiciones laborales y vitales eran muy negativas, con muchas bolsas de pobreza. El intento de los sindicatos por mejorar esa situación fue reprimido violentamente por el gobierno.

Guerra de los mil días

Los liberales, apartados del poder por los conservadores, protagonizaron varios levantamientos armados en las provincias. En 1899, uno de ellos acabó desembocando en una cruenta guerra civil.

Se calcula que unas cien mil personas murieron durante el conflicto y el país quedó totalmente arrasado.

Presidentes

Los presidentes durante este período fueron José María Campo Serrano, Eliseo Payán, Rafael Núñez, Carlos Holguín Mallarino, Miguel Antonio Caro, Manuel Antonio Sanclemente, José Manuel Marroquín, Rafael Reyes, Ramón González Valencia, Carlos Eugenio Restrepo, José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Jorge Holguín Mallarino, Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez

Actividad 2

·         Realiza una línea del tiempo, donde ubiques los principales hechos que rodearon cada presidencia de la Hegemonía conservadora. Para ello debes ampliar la información que te ofrece este texto.

Clase 4

 

6 dic. CI.- El 6 de diciembre de 1928 Colombia amaneció teñida de sangre obrera. La huelga llevaba casi un mes y el Ejército intervino en defensa de los intereses de la United Fruit Company. La matanza dejó un número de muertos impreciso, que la historia oficial se ocupó de minimizar. Entonces el realismo mágico -Gabriel García Márquez, que es decir lo mismo- metió la cola: la cifra más difundida en la actualidad se corresponde con el relato ficcionado en la emblemática novela.

¿Fueron tres mil, o una cantidad cercana a ese número, los obreros asesinados por el Ejército en la represión de la huelga de las bananeras, en el municipio de la Ciénaga, cerca de Santa Marta?

“Las bananeras es tal vez el recuerdo más antiguo que tengo”, cuenta Gabo. “Fue una leyenda, llegó a ser tan legendario que cuando yo escribí Cien años de soledad pedí que me hicieran investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero número de muertos, porque se hablaba de una masacre, de una masacre apocalíptica. No quedó muy claro nada pero el número de muertos debió ser bastante reducido. Lo que pasa es que 3 ó 5 muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica. Decir que todo aquello sucedió para 3 ó 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo. Es decir, la leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”. De esa forma explica García Márquez la dimensión del relato, en una entrevista para la televisión británica en 1990(*).

La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los pueblos. La calle de los Turcos reverberó en un sábado de muchos días, y en el salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer turnos de veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le permitió ver un fusilamiento. (…)

La ley marcial facultaba al ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo ninguna tentativa de conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo, los soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y movilizaron los trenes. Los trabajadores, que hasta entonces se habían conformado con esperar, se echaron al monte sin más armas que sus machetes de labor, y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre. (…)

Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.

-Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para retirarse.

La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anunció el principio del plazo. Nadie se movió.

-Han pasado cinco minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.

José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.

-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta.

Al final de su grito ocurrió algo que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto. Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea. De pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento: «Aaaay, mi madre.» Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal potencia expansiva. José Arcadio Segundo apenas tuvo tiempo de levantar al niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre centrifugada por el pánico.

 

Muchos años después, el niño había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre, hacia una calle adyacente. La posición privilegiada del niño le permitió ver que en ese momento la masa desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila de ametralladoras abrió fuego. Varias voces gritaron al mismo tiempo:

-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!

Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada compacta que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla. El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.

Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo. Solamente reconoció a una mujer que vendía refrescos en la plaza y al coronel Gavilán, que todavía llevaba enrollado en la mano el cinturón con la hebilla de plata moreliana con que trató de abrirse camino a través del pánico. Cuando llegó al primer vagón dio un salto en la oscuridad, y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro. No llevaba ninguna luz, ni siquiera las rojas y verdes lámparas de posición, y se deslizaba a una velocidad nocturna y sigilosa. Encima de los vagones se veían los bultos oscuros de los soldados con las ametralladoras emplazadas.

Después de medianoche se precipitó un aguacero torrencial. José Arcadio Segundo ignoraba dónde había saltado, pero sabía que caminando en sentido contrario al del tren llegaría a Macondo. Al cabo de más de tres horas de marcha, empapado hasta los huesos, con un dolor de cabeza terrible, divisó las primeras casas a la luz del amanecer. Atraído por el olor del café, entró en una cocina donde una mujer con un niño en brazos estaba inclinada sobre el fogón.

-Buenos -dijo exhausto-. Soy José Arcadio Segundo Buendía.

Pronunció el nombre completo, letra por letra, para convencerse de que estaba vivo. Hizo bien, porque la mujer había pensado que era una aparición al ver en la puerta la figura escuálida, sombría, con la cabeza y la ropa sucias de sangre, y tocada por la solemnidad de la muerte. Lo conocía. Llevó una manta para que se arropara mientras se secaba la ropa en el fogón, le calenté agua para que se lavara la herida, que era sólo un desgarramiento de la piel, y le dio un pañal limpio para que se vendara la cabeza. Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar, como le habían dicho que lo tomaban los Buendía, y abrió la ropa cerca del fuego. José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.

-Debían ser como tres mil -murmuró.

-¿Qué?

-Los muertos -aclaró él-. Debían ser todos los que estaban en la estación.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad

Actividad 3

Busca información sobre la masacre de las bananeras, reúne números y aclara muy bien cuáles fueron sus causas. Una vez tengas la información suficiente haz un reporte noticioso de este evento, como si fuese para un periódico informativo. Juega con tu imaginación, haz real la noticia.

 

Clase 5

Actividad 4

·         La guerra de los Mil días, la separación de Panamá , la masacre de las bananeras, la fundación del sistema nacional de ferrocarriles, fueron eventos relevantes durante la hegemonía conservadora . a continuación te presentare un reporte historiográfico y crítico sobre la separación de Panamá, léelo, amplia la información, y presenta con ella un informe económico, político y social sobre este evento de nuestro Estado.

·         Busca 5 imágenes que hagan alusión a este conflicto y explícalas.

Intervención de especuladores norteamericanos en el proceso de Independencia

Por: OLMEDO BELUCHE

 

Contrario a lo usualmente afirmado por la historia oficial panameña, la separación de Panamá de Colombia en 1903 no fue producto de un movimiento genuinamente popular, ni de un anhelo liberador de los istmeños frente al "olvido" en que supuestamente nos tenía Bogotá.

 

El estudio documental de la época más bien demuestra una integración cultural y política de los panameños en el conjunto de la nación colombiana, incluso entre los sectores de la oligarquía comercial conservadora de la ciudad de Panamá, que sería agente de la conspiración separatista.

 

Las diversas crisis políticas producidas a lo largo del siglo XIX, expresadas en lo que nuestra historia llama genéricamente "actas separatistas" (1826, 1830, 1831, 1840-41, 1860), muchas veces han sido sacadas de su verdadero contexto para ser presentadas como expresiones de una nación en ciernes que viene a concretarse en 1903. Pero un repaso cuidadoso de los hechos que rodearon a cada una de esas coyunturas muestra que, más que un proceso de conformación nacional diferenciado de Colombia, estos movimientos expresaron conflictos políticos (liberales vs conservadores), económicos (librecambismo vs proteccionismo) y administrativos (federalismo vs centralismo)(Beluche, 1999).

 

En Panamá, conocer y aceptar los verdaderos móviles y actores de la separación ha sido un parto que nos ha tardado cien años producir, pero al que están contribuyendo nuevas investigaciones recientemente aparecidas (Díaz Espino, 2003). Aunque hubo pioneros que desde hace décadas se atrevieron a señalar los hechos en toda su crudeza (Terán, 1976), sus trabajos fueron sistemáticamente ocultados y denigrados. También hubo historiadores extranjeros que abordaron objetivamente el acontecimiento, pero estos libros quedaron como material de especialistas y lejos del alcance del gran público (Lemaitre, 1971; Duval, 1973).

 

Los actores principales de este drama son: el expansionismo imperialista de Estados Unidos, expresado en su carismático presidente Teodoro Roosevelt; la quebrada Compañía Nueva del Canal, de capitales franceses, representada por Philippe Bunau-Varilla; en el centro de los hechos, el prominente abogado neoyorkino William N. Cromwell, verdadero cerebro de la separación y representante legal tanto de la Compañía Nueva del Canal como de la Compañía de Ferrocarril de Panamá; los agentes norteamericanos y panameños de la Compañía del Ferrocarril, como José A. Arango y Manuel Amador Guerrero y, por supuesto, el venal e inepto gobierno colombiano del vicepresidente José Manuel Marroquín.

 

A fines del siglo XIX, Estados Unidos iniciaba su proceso de expansión en el Caribe, desplazando de allí a sus otrora rivales: España e Inglaterra. A la primera le arrebató Cuba y Puerto Rico con la guerra de 1898; con la segunda firmó el Tratado Hay-Pauncefote en 1901, por el cual se reconocía la preeminencia norteamericana en la posible construcción de un canal por el istmo centroamericano. El canal era una necesidad lógica del desarrollo capitalista norteamericano, ya que era la única forma de integrar y comunicar sus costas atlántica y pacífica

 

En principio, la ruta privilegiada por Washington para construir este canal no era Panamá, sino Nicaragua, siguiendo el cauce del río San Juan hasta sus grandes lagos. Aquella parecía más factible y menos costosa, en especial si ya estaba el precedente del fracaso francés en la construcción del canal por Panamá.

 

Mediante el Convenio Salgar-Wyse (1878) una empresa francesa, encabezada por el ingeniero Fernando de Lesseps, había iniciado la excavación del canal en 1880. Esta primera empresa fracasaría ante las enormes dificultades tecnológicas, hacia 1888, dando paso a un nuevo intento con la Compañía Nueva en los años 90 del siglo XIX, que también fracasaría.

 

De manera que, para fines de 1901, la Comisión Walker del Congreso norteamericano, luego de estudiar ambas alternativas, se había pronunciado por la vía de Nicaragua, y el 18 de noviembre se firmó un tratado con ese país. ¿Qué motivó que dos años después Estados Unidos cambiara completamente de opinión?

 

La historia simplista narra que, en posteriores debates del Congreso, tanto Bunau-Varilla como Cromwell mostraron estampillas de correo nicaraguenses en las que se aprecian los volcanes de este país, y que los senadores norteamericanos, impresionados por la explosión del volcán Mount Pelée, que había borrado del mapa la isla de Saint-Pierre, y por una falsa noticia de la erupción del Momotombo, entonces se decidieron por Panamá.

 

Pero, ¿qué motivó al abogado Cromwell y al ingeniero francés Bunau-Varilla a intervenir tan activamente para convencer a los senadores de adoptar la ruta panameña? Lo que no se cuenta es que, ya para 1896, la Compañía Nueva del Canal, a través su presidente Maurice Hautin, dada la incapacidad para terminar el Canal de Panamá y ante la posibilidad de perder 250 millones de dólares en inversiones cuando expirara la concesión en 1904, había contratado a William N. Cromwell para convencer al gobierno norteamericano de comprarles sus propiedades.

 

Cromwell no se limitó al cabildeo para el que fue contratado, sino que inició un plan que denominó "americanización del canal", por el cual reuniría un grupo de notables empresarios de Wall Street que sigilosamente comprarían las devaluadas acciones del "canal francés" y las revenderían a su gobierno. Para ello, su bufete Sullivan & Cromwell estaba en una posición privilegiada, ya que contaba con clientes como el banquero J. P. Morgan, entre otros.

 

El 27 de diciembre de 1899, Cromwell fundó la Panama Canal Company of America, con 5.000 dólares de capital, emitiendo acciones por 5 millones, de las que participaron empresarios como J.P. Morgan, J. E. Simmons, Kahn, Loeb & Co., Levi Morton, Charles Flint, I. Seligman (Díaz Espino, 2003).

 

Este grupo influyó en el prominente senador y líder republicano Mark Hanna, quien actuó como vocero de la "causa panameña". Luego del asesinato del presidente McKinley, este grupo también convenció al presidente Teodoro Roosevelt, haciendo partícipes del negocio a Henry Taft, hermano del ministro de Guerra y futuro presidente William Taft, y al cuñado de Roosevelt, Douglas Robinson.

 

El traspaso de la Compañía Nueva, de manos francesas a las yanquis, tardó varios meses por la resistencia inicial de Hautin a renunciar por completo a la empresa y vender a muy bajo precio. Sin embargo, la adopción de la propuesta por Nicaragua en 1901 sirvió de acicate a los accionistas franceses que sacaron de en medio a Hautin, y nombraron vocero a Maurice Bo, director del banco Credit Lyonnais, y éste a su vez envió a Bunau-Varilla para negociar con los norteamericanos.

 

El negocio era redondo, se invirtieron 3.5 millones de dólares en las acciones de la Compañía Nueva, que fueron compradas en lotes pequeños, y se revenderían al gobierno norteamericano en 40 millones de dólares, obteniendo los inversionistas norteamericanos utilidades por cada acción por el orden del 1.233 %.

 

Por supuesto, concretar el negociado pasaba, primero, por convencer al gobierno y al Congreso de Estados Unidos de optar por Panamá; segundo, firmar un tratado con Colombia que autorizara a ese país para terminar la obra iniciada por los franceses. En enero de 1902, el senador John Spooner a instancias de Roosevelt presentó el proyecto de ley que autorizaba a su gobierno a negociar con Panamá y que anulaba la precedente Ley Hepburn, que favorecía a Niacaragua.

 

Ese año el esfuerzo se centró en negociar con Colombia el tratado, camino que estuvo lleno de dificultades, dada la actitud patriótica del negocaciador José Vicente Concha, que objetó reiteradamente aspectos leoninos del tratado propuestos por el secretario de Estado John Hay. Sin embargo, la presión norteamericana pudo más, forzando al gobierno del vicepresidente Marroquín a desautorizar reiteradamente a su embajador, el cual finalmente renunció. El camino quedó despejado para un acuerdo, firmado en enero de 1903 y que llevó el nombre de Tratado Herrán­Hay.

 

Pero este tratado cayó como una bomba en Colombia, y en Panamá por extensión. Mediante el acuerdo se segregaba una zona de 5 kilómetros a cada lado del canal, incluyendo ríos, lagos y los principales puertos, en la cual Norteamérica tendría plena jurisdicción. El "canal francés" sólo segregaba 200 metros a cada orilla sin menoscabo de la soberanía nacional. Además la compensación económica que se proponía (10 millones de abono y 250.000 dólares anuales) era evidentemente inferior a lo que ya el Estado colombiano recibía por los derechos del ferrocarril (250 mil dólares anuales) y otros tantos por uso de los puertos. Comparado con el Salgar-Wyse, el Herrán-Hay era totalmente inconveniente.

 

Había otro escollo: el tratado contemplaba el pago de 40 millones de dólares que Estados Unidos haría a la Compañía Nueva del Canal en compensación, pero esto era completamente ilegal, pues estaba claramente prohibido por la Constitución y por el propio Salgar-Wyse, que impedía a esta empresa traspasar sus propiedades a un gobierno extranjero. El Tratado Herrán­Hay nació, pues, condenado por la opinión pública colombiana y panameña, especialmente por el menoscabo de la soberanía.

 

El gobierno de Marroquín tuvo ante el Herrán­Hay una actitud incongruente: por un lado, había autorizado a su embajador Tomás Herrán a firmarlo; por otro, no puso empeño en defenderlo, especialmente ante el Congreso, que fue convocado en junio de 1903 para ratificarlo. Pero no era la soberanía lo que preocupaba al gobierno Marroquín, sino que se centró en tratar de recibir una tajada de los 40 millones que recibirían los accionistas de la Compañía "francesa". Sin saberlo Marroquín, creemos, con esta aspiración tocaba las fibras más sensibles de poderosos intereses norteamericanos, lo que les llevaría a secesionar al Departamento del Istmo, pues no estaban dispuestos a renunciar a su ganancia.

 

Cuando el Congreso colombiano cerró sus sesiones sin ratificar el tratado, a mediados de agosto, emitió una resolución que expresaba la esperanza de que en 1904, cuando las propiedades de la Compañía francesa hubieran pasado a Colombia, por expirar el contrato Salgar-Wyse, se estaría en mejores condiciones de negociar con Estados Unidos.

 

El razonamiento era simple, pero equivocado: en pocos meses quedarían fuera de la negociación los franceses, y podrían negociar directamente, sin un tercero de por medio, Bogotá y Washington. ¿Qué apuro podía tener Roosevelt, si hasta terminaría pagando menos, porque se podría ahorrar esos 40 millones? Era lógico, pero errado, porque Roosevelt y sus socios eran los reales beneficiarios de esos 40 millones, y no los franceses.

 

De ahí que el rechazo del Tratado Herrán­Hay por el Congreso colombiano desencadenara la trama de la "separación", que empezó a prepararse ante la eventualidad, desde junio o julio. William N. Cromwell hizo viajar a Nueva York desde Panamá al capitán J.R. Beers, agente de fletes de la Compañía del Ferrocarril de Panamá; se dice que se entrevistó en secreto (en Jamaica) con el abogado panameño de esta empresa, y prócer de la separación, José A. Arango; y finalmente recibió por dos meses, entre fines de agosto y fines de octubre, a Manuel Amador Guerrero, otro empleado y futuro primer presidente de la República de Panamá, para tramar los hechos del 3 de Noviembre.

 

La ganancia estimada propició que los accionistas norteamericanos de la "Compañía francesa del canal" invirtieran grandes sumas que sirvieron para pagar miles en sobornos que oficiaron de parteras de la nueva República, por supuesto, con el apoyo de varias cañoneras de la Armada que convenientemente Roosevelt envió a principios de noviembre para "tomar el Istmo". Lo demás es historia conocida.

 

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