MUCHACHOS NO SEAN “LELOS”, DISFRUTEN
CADA MOMENTO EN EL QUE PUEDAN ADQUIRIR CONOCIMIENTO
GUÍA DE APRENDIZAJE Y TRABAJO AUTONOMO N°
02 |
NÚMERO DE HORAS 04 |
FECHA: septiembre |
ASIGNATURA: historia GRADO:
undecimo PERIODO: 3 |
Unidad 2: época
republicana en Colombia Temas: Conceptualización |
|
DOCENTE: JUAN ESTEBAN GAÑAN ROMAN |
LOGROS ESPERADOS: Comprendo el proceso de consolidación del
estado Colombiano a través del proceso republicano. |
|
CONTACTO: profeganan@gmail.com profeganan.blogspot.com |
Reciban todos un cordial saludo, la presente guía tiene como fin,
avanzar conceptualmente sobre los contenidos temáticos de las clases
correspondientes a la última semana del mes de agosto y a las semanas del mes
de septiembre. En ese orden de ideas, encontraran a continuación las clases
numeradas del 1 al 5, pues nuestra intensidad horaria es de una hora por
semana, además podrán encontrar las actividades en un tamaño de letra superior
al resto del texto.
Desde
La anterior guía, nos ha ubicado
en la historia de Colombia en el siglo XIX, básicamente lo que en ella se
desarrollo fue una breve comprensión de las trasformaciones estatales de
Colombia durente ese siglo. como lo pudieron ver, desde 1810 hasta 1886,
nuestro estado cambio varias veces sus formas administrativas de gobierno, asi
como su estructura económica. En esta guía, pasaremos a comprender la
“hegemonía conservadora” un periodo de historia colombiana, que inicia 1886 con
la creación de La republica de Colombia hasta 1928 con la llegada del
preseidente Enrique Olaya Herrera.
Clase 1
La hegemonía conservadora
La hegemonía conservadora fue un
periodo de la historia de Colombia en el que el Partido Conservador se mantuvo
en el poder ininterrumpidamente durante 44 años. Esta etapa comenzó en 1886 y
terminó en 1930, cuando los liberales recuperaron el poder.
Los enfrentamientos entre
facciones políticas habían sido constantes en la historia colombiana desde su independencia.
En 1863, los liberales radicales promulgaron la Constitución de Rionegro, con
la que instauraron una república federal. A pesar de algunos logros en el
ámbito de las libertades, a finales de los 70 del siglo XIX el país estaba
atravesando una importante crisis.
Rafael Núñez
Rafael Núñez, liberal en sus
inicios, impulsó un movimiento que denominó
Regeneración. Su intención era derogar las reformas decretadas por el
Partido Liberal y recuperar el centralismo administrativo. Cuando alcanzó la presidencia,
apoyado por los conservadores, Núñez promulgó una nueva constitución,
circunstancia que dio inicio a la hegemonía conservadora.
Durante las cuatro décadas de
gobiernos conservadores, Colombia atravesó momentos complicados como la Guerra
de los Mil Días o la separación de Panamá. En lo positivo, ya en el siglo XX el
país experimentó una gran mejora económica, lo que sirvió para mejorar sus
infraestructuras.
Constitución de 1886
Rafael Núñez ganó de nuevo las
elecciones de 1884, aunque una enfermedad retrasó su incorporación al cargo. Al
año siguiente, un enfrentamiento interno en el Estado de Santander fue
utilizado por los liberales radicales para comenzar un levantamiento que se
extendió por todo el país y dio lugar a una guerra civil.
Los liberales radicales tenían
como último propósito derrocar a Núñez. Su intento no tuvo éxito y los
conservadores fueron los vencedores de la contienda. Después de esto, el propio
Núñez anunció que la Constitución de Rionegro dejaba de tener validez.
El 10 de septiembre de 1885, el
presidente colombiano convocó una Asamblea Constituyente. El resultado fue una
nueva Carta Magna, aprobada en 1886, que acababa con el centralismo y los principios
liberales de la anterior.
Causas
El primer presidente de la
hegemonía conservadora fue José María Serrano, quien asumió el cargo en 1886.
No obstante, el hombre fuerte del país era Rafael Núñez.
Problemas económicos
El gobierno liberal había
intentado mejorar la economía mediante un sistema basado en el liberalismo. Sin
embargo, los resultados no fueron los esperados, sobre todo a partir de 1870.
La falta de un sector privado
fuerte y la menor participación estatal en la economía provocaron el
empobrecimiento del país. El mercado interior, ya de por si débil, disminuyó
aún más.
Oposición al federalismo
El enfrentamiento entre
federalistas y centralistas fue constante desde la misma declaración de
independencia. La Constitución de Rionegro organizó el país como un estado
federal, con amplios poderes para las provincias.
Durante el tiempo en los que el
país se denominó Estados Unidos de Colombia la inestabilidad fue constante.
Además, el sistema electoral, con votaciones en fechas diferentes según el
estado, provocó problemas a la hora de conformar los órganos de gobierno.
Núñez afirmaba que ese
federalismo estaba arruinando el país y convirtió su eliminación en una de las
bases de la Regeneración.
Relaciones con la Iglesia
La Iglesia Católica en Colombia
tenia un poder heredado de la época colonial. Los liberales, especialmente su
facción radical, intentaron reducir su influencia política y social. Para ello
decretaron la separación efectiva entre el Estado y la Iglesia, además de
impulsar la educación laica.
Los conservadores, por su parte,
mantenían lazos históricos con la institución eclesiástica y estaban en contra
de que esta perdiera su poder. Para Núñez, por ejemplo, posicionarse en contra
de la Iglesia suponía no respetar a la gran mayoría del pueblo, profundamente
católico.
Características de la hegemonía
conservadora
La Constitución de 1886 reflejó
todas las características de la hegemonía conservadora. Esta Carta Magna,
basada en la Regeneración, volvió a organizar el país como un estado
centralista, con un Presidente que acumulaba el poder legislativo y el control
del orden público.
Vuelta a las tradiciones
coloniales
La base social que apoyaba a la
hegemonía conservadora estaba compuesta, principalmente, por las clases más
altas: terratenientes, clero, militares y oligarcas. Todos ellos coincidían en
el deseo de mantener las estructuras heredadas de la época colonial, tanto en la
política como en la economía.
Esto conllevó, por ejemplo, en
que la estructura de propiedad de la tierra se mantuviera inalterada, así como
el rechazo a la abolición de la esclavitud.
Cercanía con la Iglesia
La alianza entre los
conservadores y la Iglesia llevó a que el gobierno negociara un concordato con
Vaticano que daba enormes poderes al clero.
Durante la hegemonía
conservadora, el catolicismo se convirtió en la religión oficial de Colombia.
La Iglesia logró la cesión de la administración del sistema educativo, lo que
significaba que era responsable de que la educación fuera acorde a la mora
religiosa.
Economía
El Partido Conservador trató de
limitar la política de libre mercado que habían impuesto los liberales. Sin
embargo, los primeros años de ese periodo no fueron buenos para la economía
colombiana, sobre todo por acontecimientos como la Guerra de los Mil Días o la
separación de Panamá.
Oficiales del ejército
gubernamental en 1899 – Fuente: Página del gobierno de Colombia bajo la
licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0
En 1904, la situación comenzó a
mejorar. El presidente Rafael Reyes concedió ayudas a comerciantes y
agricultores, lo que favoreció el consumo y las exportaciones. Pocos años
después, Estados Unidos pagó una gran indemnización por haberse apropiado del
canal de Panamá, dinero que fue utilizado para construir infraestructuras.
Por otra parte, Colombia también
se vio favorecida por el auge en la exportación de café, que se convirtió en la
principal fuente de divisas del país.
La contratación de la Misión
Kemmerer sirvió para modernizar las estructuras económicas colombianas.
Igualmente, el país comenzó a industrializarse. A pesar de todo lo anterior, a
finales de los años 20 del siglo XX una nueva crisis azotó la nación.
Represión política y sindical
Los conservadores también
derogaron parte de las leyes promulgadas por los liberales en el ámbito de las
libertades individuales. Así, la censura volvió a ser común en el país, muchos
periodistas fueron encarcelados y bastantes periódicos cerrados.
Igualmente, la hegemonía
conservadora se aseguró de que los liberales no pudieran acceder a puestos re
relevancia. A esto hay que unir que muchos opositores fueron enviados a prisión
o al destierro.
La industrialización del país, ya
en el siglo XX, provocó la aparición de organizaciones sindicales que trataban
de mejorar los derechos de los obreros. El enfrentamiento entre los gobiernos
conservadores, defensores de las empresas, y los movimientos de trabajadores fue
una constante durante años.
La represión desatada tuvo su
punto álgido en la llamada matanza de los bananeras. Miles de trabajadores de
United Fruit Company fueron asesinados en el transcurso de una huelga convocada
para solicitar mejoras laborales.
Actividad 1
·
Realiza un informe de la lectura anterior
·
De acuerdo a la lectura, haz un listado de
hechos que marcaron la hegemonía conservadora
Clase 2 y 3
Consecuencias de la hegemonía
conservadora
La hegemonía conservadora tuvo
consecuencias importantes para Colombia. Algunas de ellas, como la formación de
instituciones públicas estables, positivas. Otras, como la censura o la
represión sindical, negativas.
Expansión del cultivo de café
Los gobiernos conservadores
modernizaron la industria cafetera hasta convertir a este producto en la base
de sus exportaciones. Para ello, ayudaron a los grandes empresarios para que
mejoraran la producción.
El resultado fue un importante
aumento de los ingresos gracias al impuesto a la exportación del grano. Ese
dinero, a pesar de las acusaciones de corrupción, fue en parte utilizado para
mejorar las infraestructuras.
Desarrollo del transporte
A inicios del siglo XX, los
gobiernos de la hegemonía conservadora ampliaron las redes de ferrocarriles en
toda Colombia.
En 1919, la aviación comercial
empezó a funcionar en el país. La responsable fue una sociedad con
participación alemana.
Desarrollo de la industria
Los conservadores también
impulsaron la industrialización del país para intentar que la agricultura no
fuera la única actividad económica importante. En un primer momento, tuvieron
que importar maquinaria desde el exterior, aunque poco a poco esto fue
cambiando. Buena parte de esas industrias estaban en manos extranjeras.
En lo negativo, esta industrialización provocó
la migración de muchos antiguos trabajadores agrícolas a las ciudades. Las
condiciones laborales y vitales eran muy negativas, con muchas bolsas de
pobreza. El intento de los sindicatos por mejorar esa situación fue reprimido
violentamente por el gobierno.
Guerra de los mil días
Los liberales, apartados del
poder por los conservadores, protagonizaron varios levantamientos armados en
las provincias. En 1899, uno de ellos acabó desembocando en una cruenta guerra
civil.
Se calcula que unas cien mil
personas murieron durante el conflicto y el país quedó totalmente arrasado.
Presidentes
Los presidentes durante este
período fueron José María Campo Serrano, Eliseo Payán, Rafael Núñez, Carlos
Holguín Mallarino, Miguel Antonio Caro, Manuel Antonio Sanclemente, José Manuel
Marroquín, Rafael Reyes, Ramón González Valencia, Carlos Eugenio Restrepo, José
Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Jorge Holguín Mallarino, Pedro Nel Ospina y
Miguel Abadía Méndez
Actividad 2
·
Realiza una línea del tiempo, donde ubiques los
principales hechos que rodearon cada presidencia de la Hegemonía conservadora.
Para ello debes ampliar la información que te ofrece este texto.
Clase 4
6 dic. CI.- El 6 de diciembre de
1928 Colombia amaneció teñida de sangre obrera. La huelga llevaba casi un mes y
el Ejército intervino en defensa de los intereses de la United Fruit Company.
La matanza dejó un número de muertos impreciso, que la historia oficial se
ocupó de minimizar. Entonces el realismo mágico -Gabriel García Márquez, que es
decir lo mismo- metió la cola: la cifra más difundida en la actualidad se
corresponde con el relato ficcionado en la emblemática novela.
¿Fueron tres mil, o una cantidad
cercana a ese número, los obreros asesinados por el Ejército en la represión de
la huelga de las bananeras, en el municipio de la Ciénaga, cerca de Santa
Marta?
“Las bananeras es tal vez el
recuerdo más antiguo que tengo”, cuenta Gabo. “Fue una leyenda, llegó a ser tan
legendario que cuando yo escribí Cien años de soledad pedí que me hicieran
investigaciones de cómo fue todo y con el verdadero número de muertos, porque
se hablaba de una masacre, de una masacre apocalíptica. No quedó muy claro nada
pero el número de muertos debió ser bastante reducido. Lo que pasa es que 3 ó 5
muertos en las circunstancias de ese país, en ese momento debió ser realmente
una gran catástrofe y para mí fue un problema porque cuando me encontré que no
era realmente una matanza espectacular en un libro donde todo era tan descomunal
como en Cien años de soledad, donde quería llenar un ferrocarril completo de
muertos, no podía ajustarme a la realidad histórica. Decir que todo aquello
sucedió para 3 ó 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón.
Entonces decidí que fueran 3.000 muertos, porque era más o menos lo que entraba
dentro de las proporciones del libro que estaba escribiendo. Es decir, la
leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”. De esa forma explica
García Márquez la dimensión del relato, en una entrevista para la televisión
británica en 1990(*).
La huelga grande estalló. Los
cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de
ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos
desbordaron los pueblos. La calle de los Turcos reverberó en un sábado de
muchos días, y en el salón de billares del Hotel de Jacob hubo que establecer
turnos de veinticuatro horas. Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que
se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden
público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un
anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el
coronel Gerineldo Márquez le permitió ver un fusilamiento. (…)
La ley marcial facultaba al
ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo
ninguna tentativa de conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo,
los soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y
movilizaron los trenes. Los trabajadores, que hasta entonces se habían
conformado con esperar, se echaron al monte sin más armas que sus machetes de
labor, y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y comisariatos,
destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a
abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo
y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre. (…)
Leído el decreto, en medio de una
ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el
techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería
hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio.
-Señoras y señores -dijo el
capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para
retirarse.
La rechifla y los gritos
redoblados ahogaron el toque de clarín que anunció el principio del plazo.
Nadie se movió.
-Han pasado cinco minutos -dijo
el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.
José Arcadio Segundo, sudando
hielo, se bajó al niño de los hombros y se lo entregó a la mujer. «Estos
cabrones son capaces de disparar», murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo
tiempo de hablar, porque al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán
haciéndoles eco con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la
tensión, por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido de
que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la fascinación de la
muerte, José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía
enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.
-¡Cabrones! -gritó-. Les
regalamos el minuto que falta.
Al final de su grito ocurrió algo
que no le produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la
orden de fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto.
Pero todo parecía una farsa. Era como si las ametralladoras hubieran estado
cargadas con engañifas de pirotecnia, porque se escuchaba su anhelante
tableteo, y se veían sus escupitajos incandescentes, pero no se percibía la más
leve reacción, ni una voz, ni siquiera un suspiro, entre la muchedumbre
compacta que parecía petrificada por una invulnerabilidad instantánea. De
pronto, a un lado de la estación, un grito de muerte desgarró el encantamiento:
«Aaaay, mi madre.» Una fuerza sísmica, un aliento volcánico, un rugido de
cataclismo, estallaron en el centro de la muchedumbre con una descomunal
potencia expansiva. José Arcadio Segundo apenas tuvo tiempo de levantar al
niño, mientras la madre con el otro era absorbida por la muchedumbre
centrifugada por el pánico.
Muchos años después, el niño
había de contar todavía, a pesar de que los vecinos seguían creyéndolo un viejo
chiflado, que José Arcadio Segundo lo levantó por encima de su cabeza, y se
dejó arrastrar, casi en el aire, como flotando en el terror de la muchedumbre,
hacia una calle adyacente. La posición privilegiada del niño le permitió ver
que en ese momento la masa desbocada empezaba a llegar a la esquina y la fila
de ametralladoras abrió fuego. Varias voces gritaron al mismo tiempo:
-¡Tírense al suelo! ¡Tírense al
suelo!
Ya los de las primeras líneas lo
habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez
de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces
un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada
compacta que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de
dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin
tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a
poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente
recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y
metódicas de la metralla. El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en
cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso
José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en
sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la
mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo
donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.
Cuando José Arcadio Segundo
despertó estaba boca arriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un
tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la
sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable.
Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del
lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre
los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central.
Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres
tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de
espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de
arrumos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano.
Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un
vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que
estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos
veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a
ser arrojados al mar como el banano de rechazo. Solamente reconoció a una mujer
que vendía refrescos en la plaza y al coronel Gavilán, que todavía llevaba
enrollado en la mano el cinturón con la hebilla de plata moreliana con que
trató de abrirse camino a través del pánico. Cuando llegó al primer vagón dio
un salto en la oscuridad, y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren
acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos
vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro.
No llevaba ninguna luz, ni siquiera las rojas y verdes lámparas de posición, y
se deslizaba a una velocidad nocturna y sigilosa. Encima de los vagones se
veían los bultos oscuros de los soldados con las ametralladoras emplazadas.
Después de medianoche se
precipitó un aguacero torrencial. José Arcadio Segundo ignoraba dónde había
saltado, pero sabía que caminando en sentido contrario al del tren llegaría a
Macondo. Al cabo de más de tres horas de marcha, empapado hasta los huesos, con
un dolor de cabeza terrible, divisó las primeras casas a la luz del amanecer.
Atraído por el olor del café, entró en una cocina donde una mujer con un niño
en brazos estaba inclinada sobre el fogón.
-Buenos -dijo exhausto-. Soy José
Arcadio Segundo Buendía.
Pronunció el nombre completo,
letra por letra, para convencerse de que estaba vivo. Hizo bien, porque la
mujer había pensado que era una aparición al ver en la puerta la figura
escuálida, sombría, con la cabeza y la ropa sucias de sangre, y tocada por la
solemnidad de la muerte. Lo conocía. Llevó una manta para que se arropara
mientras se secaba la ropa en el fogón, le calenté agua para que se lavara la
herida, que era sólo un desgarramiento de la piel, y le dio un pañal limpio
para que se vendara la cabeza. Luego le sirvió un pocillo de café, sin azúcar,
como le habían dicho que lo tomaban los Buendía, y abrió la ropa cerca del
fuego. José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.
-Debían ser como tres mil
-murmuró.
-¿Qué?
-Los muertos -aclaró él-. Debían
ser todos los que estaban en la estación.
Gabriel García Márquez, Cien años
de soledad
Actividad 3
Busca información sobre la
masacre de las bananeras, reúne números y aclara muy bien cuáles fueron sus
causas. Una vez tengas la información suficiente haz un reporte noticioso de
este evento, como si fuese para un periódico informativo. Juega con tu
imaginación, haz real la noticia.
Clase 5
Actividad 4
·
La guerra de los Mil días, la separación de Panamá
, la masacre de las bananeras, la fundación del sistema nacional de
ferrocarriles, fueron eventos relevantes durante la hegemonía conservadora . a
continuación te presentare un reporte historiográfico y crítico sobre la
separación de Panamá, léelo, amplia la información, y presenta con ella un
informe económico, político y social sobre este evento de nuestro Estado.
·
Busca 5 imágenes que hagan alusión a este
conflicto y explícalas.
Intervención de
especuladores norteamericanos en el proceso de Independencia
Por: OLMEDO
BELUCHE
Contrario a lo
usualmente afirmado por la historia oficial panameña, la separación de Panamá
de Colombia en 1903 no fue producto de un movimiento genuinamente popular, ni
de un anhelo liberador de los istmeños frente al "olvido" en que
supuestamente nos tenía Bogotá.
El estudio
documental de la época más bien demuestra una integración cultural y política
de los panameños en el conjunto de la nación colombiana, incluso entre los
sectores de la oligarquía comercial conservadora de la ciudad de Panamá, que
sería agente de la conspiración separatista.
Las diversas
crisis políticas producidas a lo largo del siglo XIX, expresadas en lo que
nuestra historia llama genéricamente "actas separatistas" (1826,
1830, 1831, 1840-41, 1860), muchas veces han sido sacadas de su verdadero
contexto para ser presentadas como expresiones de una nación en ciernes que
viene a concretarse en 1903. Pero un repaso cuidadoso de los hechos que
rodearon a cada una de esas coyunturas muestra que, más que un proceso de
conformación nacional diferenciado de Colombia, estos movimientos expresaron
conflictos políticos (liberales vs conservadores), económicos (librecambismo vs
proteccionismo) y administrativos (federalismo vs centralismo)(Beluche, 1999).
En Panamá,
conocer y aceptar los verdaderos móviles y actores de la separación ha sido un
parto que nos ha tardado cien años producir, pero al que están contribuyendo
nuevas investigaciones recientemente aparecidas (Díaz Espino, 2003). Aunque
hubo pioneros que desde hace décadas se atrevieron a señalar los hechos en toda
su crudeza (Terán, 1976), sus trabajos fueron sistemáticamente ocultados y
denigrados. También hubo historiadores extranjeros que abordaron objetivamente
el acontecimiento, pero estos libros quedaron como material de especialistas y
lejos del alcance del gran público (Lemaitre, 1971; Duval, 1973).
Los actores
principales de este drama son: el expansionismo imperialista de Estados Unidos,
expresado en su carismático presidente Teodoro Roosevelt; la quebrada Compañía
Nueva del Canal, de capitales franceses, representada por Philippe
Bunau-Varilla; en el centro de los hechos, el prominente abogado neoyorkino
William N. Cromwell, verdadero cerebro de la separación y representante legal
tanto de la Compañía Nueva del Canal como de la Compañía de Ferrocarril de
Panamá; los agentes norteamericanos y panameños de la Compañía del Ferrocarril,
como José A. Arango y Manuel Amador Guerrero y, por supuesto, el venal e inepto
gobierno colombiano del vicepresidente José Manuel Marroquín.
A fines del
siglo XIX, Estados Unidos iniciaba su proceso de expansión en el Caribe,
desplazando de allí a sus otrora rivales: España e Inglaterra. A la primera le
arrebató Cuba y Puerto Rico con la guerra de 1898; con la segunda firmó el
Tratado Hay-Pauncefote en 1901, por el cual se reconocía la preeminencia
norteamericana en la posible construcción de un canal por el istmo
centroamericano. El canal era una necesidad lógica del desarrollo capitalista
norteamericano, ya que era la única forma de integrar y comunicar sus costas
atlántica y pacífica
En principio, la
ruta privilegiada por Washington para construir este canal no era Panamá, sino
Nicaragua, siguiendo el cauce del río San Juan hasta sus grandes lagos. Aquella
parecía más factible y menos costosa, en especial si ya estaba el precedente
del fracaso francés en la construcción del canal por Panamá.
Mediante el
Convenio Salgar-Wyse (1878) una empresa francesa, encabezada por el ingeniero
Fernando de Lesseps, había iniciado la excavación del canal en 1880. Esta
primera empresa fracasaría ante las enormes dificultades tecnológicas, hacia
1888, dando paso a un nuevo intento con la Compañía Nueva en los años 90 del
siglo XIX, que también fracasaría.
De manera que,
para fines de 1901, la Comisión Walker del Congreso norteamericano, luego de
estudiar ambas alternativas, se había pronunciado por la vía de Nicaragua, y el
18 de noviembre se firmó un tratado con ese país. ¿Qué motivó que dos años
después Estados Unidos cambiara completamente de opinión?
La historia
simplista narra que, en posteriores debates del Congreso, tanto Bunau-Varilla
como Cromwell mostraron estampillas de correo nicaraguenses en las que se
aprecian los volcanes de este país, y que los senadores norteamericanos,
impresionados por la explosión del volcán Mount Pelée, que había borrado del
mapa la isla de Saint-Pierre, y por una falsa noticia de la erupción del
Momotombo, entonces se decidieron por Panamá.
Pero, ¿qué
motivó al abogado Cromwell y al ingeniero francés Bunau-Varilla a intervenir
tan activamente para convencer a los senadores de adoptar la ruta panameña? Lo
que no se cuenta es que, ya para 1896, la Compañía Nueva del Canal, a través su
presidente Maurice Hautin, dada la incapacidad para terminar el Canal de Panamá
y ante la posibilidad de perder 250 millones de dólares en inversiones cuando
expirara la concesión en 1904, había contratado a William N. Cromwell para
convencer al gobierno norteamericano de comprarles sus propiedades.
Cromwell no se
limitó al cabildeo para el que fue contratado, sino que inició un plan que
denominó "americanización del canal", por el cual reuniría un grupo
de notables empresarios de Wall Street que sigilosamente comprarían las
devaluadas acciones del "canal francés" y las revenderían a su
gobierno. Para ello, su bufete Sullivan & Cromwell estaba en una posición
privilegiada, ya que contaba con clientes como el banquero J. P. Morgan, entre
otros.
El 27 de
diciembre de 1899, Cromwell fundó la Panama Canal Company of America, con 5.000
dólares de capital, emitiendo acciones por 5 millones, de las que participaron
empresarios como J.P. Morgan, J. E. Simmons, Kahn, Loeb & Co., Levi Morton,
Charles Flint, I. Seligman (Díaz Espino, 2003).
Este grupo
influyó en el prominente senador y líder republicano Mark Hanna, quien actuó
como vocero de la "causa panameña". Luego del asesinato del
presidente McKinley, este grupo también convenció al presidente Teodoro
Roosevelt, haciendo partícipes del negocio a Henry Taft, hermano del ministro
de Guerra y futuro presidente William Taft, y al cuñado de Roosevelt, Douglas
Robinson.
El traspaso de
la Compañía Nueva, de manos francesas a las yanquis, tardó varios meses por la
resistencia inicial de Hautin a renunciar por completo a la empresa y vender a
muy bajo precio. Sin embargo, la adopción de la propuesta por Nicaragua en 1901
sirvió de acicate a los accionistas franceses que sacaron de en medio a Hautin,
y nombraron vocero a Maurice Bo, director del banco Credit Lyonnais, y éste a
su vez envió a Bunau-Varilla para negociar con los norteamericanos.
El negocio era
redondo, se invirtieron 3.5 millones de dólares en las acciones de la Compañía
Nueva, que fueron compradas en lotes pequeños, y se revenderían al gobierno
norteamericano en 40 millones de dólares, obteniendo los inversionistas
norteamericanos utilidades por cada acción por el orden del 1.233 %.
Por supuesto,
concretar el negociado pasaba, primero, por convencer al gobierno y al Congreso
de Estados Unidos de optar por Panamá; segundo, firmar un tratado con Colombia
que autorizara a ese país para terminar la obra iniciada por los franceses. En
enero de 1902, el senador John Spooner a instancias de Roosevelt presentó el
proyecto de ley que autorizaba a su gobierno a negociar con Panamá y que
anulaba la precedente Ley Hepburn, que favorecía a Niacaragua.
Ese año el
esfuerzo se centró en negociar con Colombia el tratado, camino que estuvo lleno
de dificultades, dada la actitud patriótica del negocaciador José Vicente
Concha, que objetó reiteradamente aspectos leoninos del tratado propuestos por
el secretario de Estado John Hay. Sin embargo, la presión norteamericana pudo
más, forzando al gobierno del vicepresidente Marroquín a desautorizar
reiteradamente a su embajador, el cual finalmente renunció. El camino quedó despejado
para un acuerdo, firmado en enero de 1903 y que llevó el nombre de Tratado
HerránHay.
Pero este
tratado cayó como una bomba en Colombia, y en Panamá por extensión. Mediante el
acuerdo se segregaba una zona de 5 kilómetros a cada lado del canal, incluyendo
ríos, lagos y los principales puertos, en la cual Norteamérica tendría plena
jurisdicción. El "canal francés" sólo segregaba 200 metros a cada
orilla sin menoscabo de la soberanía nacional. Además la compensación económica
que se proponía (10 millones de abono y 250.000 dólares anuales) era
evidentemente inferior a lo que ya el Estado colombiano recibía por los
derechos del ferrocarril (250 mil dólares anuales) y otros tantos por uso de
los puertos. Comparado con el Salgar-Wyse, el Herrán-Hay era totalmente
inconveniente.
Había otro
escollo: el tratado contemplaba el pago de 40 millones de dólares que Estados
Unidos haría a la Compañía Nueva del Canal en compensación, pero esto era
completamente ilegal, pues estaba claramente prohibido por la Constitución y
por el propio Salgar-Wyse, que impedía a esta empresa traspasar sus propiedades
a un gobierno extranjero. El Tratado HerránHay nació, pues, condenado por la
opinión pública colombiana y panameña, especialmente por el menoscabo de la
soberanía.
El gobierno de
Marroquín tuvo ante el HerránHay una actitud incongruente: por un lado, había
autorizado a su embajador Tomás Herrán a firmarlo; por otro, no puso empeño en
defenderlo, especialmente ante el Congreso, que fue convocado en junio de 1903
para ratificarlo. Pero no era la soberanía lo que preocupaba al gobierno
Marroquín, sino que se centró en tratar de recibir una tajada de los 40
millones que recibirían los accionistas de la Compañía "francesa".
Sin saberlo Marroquín, creemos, con esta aspiración tocaba las fibras más
sensibles de poderosos intereses norteamericanos, lo que les llevaría a
secesionar al Departamento del Istmo, pues no estaban dispuestos a renunciar a
su ganancia.
Cuando el
Congreso colombiano cerró sus sesiones sin ratificar el tratado, a mediados de
agosto, emitió una resolución que expresaba la esperanza de que en 1904, cuando
las propiedades de la Compañía francesa hubieran pasado a Colombia, por expirar
el contrato Salgar-Wyse, se estaría en mejores condiciones de negociar con
Estados Unidos.
El razonamiento
era simple, pero equivocado: en pocos meses quedarían fuera de la negociación
los franceses, y podrían negociar directamente, sin un tercero de por medio,
Bogotá y Washington. ¿Qué apuro podía tener Roosevelt, si hasta terminaría
pagando menos, porque se podría ahorrar esos 40 millones? Era lógico, pero
errado, porque Roosevelt y sus socios eran los reales beneficiarios de esos 40
millones, y no los franceses.
De ahí que el
rechazo del Tratado HerránHay por el Congreso colombiano desencadenara la
trama de la "separación", que empezó a prepararse ante la
eventualidad, desde junio o julio. William N. Cromwell hizo viajar a Nueva York
desde Panamá al capitán J.R. Beers, agente de fletes de la Compañía del Ferrocarril
de Panamá; se dice que se entrevistó en secreto (en Jamaica) con el abogado
panameño de esta empresa, y prócer de la separación, José A. Arango; y
finalmente recibió por dos meses, entre fines de agosto y fines de octubre, a
Manuel Amador Guerrero, otro empleado y futuro primer presidente de la
República de Panamá, para tramar los hechos del 3 de Noviembre.
La ganancia
estimada propició que los accionistas norteamericanos de la "Compañía
francesa del canal" invirtieran grandes sumas que sirvieron para pagar
miles en sobornos que oficiaron de parteras de la nueva República, por
supuesto, con el apoyo de varias cañoneras de la Armada que convenientemente
Roosevelt envió a principios de noviembre para "tomar el Istmo". Lo
demás es historia conocida.