lunes, 19 de abril de 2021

historia 10 abril 2021

 

MUCHACHOS NO SEAN “LELOS”, DISFRUTEN CADA MOMENTO EN EL QUE PUEDAN ADQUIRIR CONOCIMIENTO

 

GUÍA DE APRENDIZAJE Y TRABAJO AUTONOMO N° 03

NÚMERO DE HORAS  04

FECHA:  FECHA: Desde 5 hasta el 30 de abril

ASIGNATURA: historia

Unidad 1: concepto de libertad

Temas:

a.    Revoluciones burguesas

b.    Ética como expresión de libertad

c.    Libertad como decisión política

d.    Libertad como performance social

e.    Libertad comercial-libre mercado

f.     Política y poder

 

DOCENTE: JUAN ESTEBAN GAÑAN ROMAN 

LOGROS ESPERADOS:

Identifico los factores que originan los paradigmas de la edad moderna

CONTACTO 

historia10a2020@gmail.com

historia10b2020@gmail.com

historia10c2020@gmail.com

historia10d2020@gmail.com

PERIODO: 2

CRITERIOS DE EVALUACIÓN:

Análisis de textos y videos relacionando conceptos

Trabajo práctico relacional en casa para ser enviada su producción de manera paulatina solo por actividad

Evaluación reflexiva por el blog

GRADO:  decimo

 





















Reciban todos un cordial saludo, la presente guía tiene como fin, avanzar conceptualmente sobre los contenidos temáticos de las clases correspondientes al mes de abril, en ese orden de ideas, encontraran a continuación las clases numeradas del 1 al 4, pues nuestra intensidad horaria es de una hora por semana. 

 

 

Clase 1 y 2

 

Tras la instauración del sistema colonial, por arte de algunos países europeos, la nueva clase burguesa originada en los Burgos, (burguesía) apoyo todas las causas que llevaran al fin del feudalismo. Las revoluciones burguesas en Europa y los movimientos independistas en América son una buena prueba de esto.

A continuación te comparto un artículo de opinión, que nos permite aproximarnos al concepto de libertad, que fue pilar filosófico de dichos movimiento o revoluciones.

 

La revolución francesa: "Libertad, fraternidad e igualdad”

Autor: Jorge Ferronato



guillotina del rey Luis XVI durante la Revolución Francesa en un libro victoriano de fecha 1883

 

Hace 228 años se producía en la ciudad de París una revuelta popular que conducirá inexorablemente a un proceso revolucionario de pronunciados cambios sociales, políticos y económicos, que modificará el devenir histórico de Francia, de Europa y del mundo.

Un día como hoy, el 14 de julio de 1789, se produjo el asalto al presidio de La Bastilla, símbolo del poder omnímodo del absolutismo francés. El pueblo parisino levantado en armas logró penetrar los muros del tétrico baluarte, donde eran encarcelados todos aquellos que osaban desafiar el orden jerárquico establecido. La violenta toma de la prisión mostró la pronunciada grieta existente, entre la realeza y el estado llano; por la situación de desprecio político, que desde el poder, se transmitía hacia el pueblo. La sangrienta refriega se propaló hacia el interior del país, estallando simultáneamente, tanto en las ciudades, cuanto en la campaña.

La nobleza absorta, solo atinaba a huir de Francia. Los campesinos, se apoderaron de sus tierras, iniciando el período que se conoció como “Grand Peur” al generalizarse la sublevación, la monarquía se replegó y solicitó auxilio de la nobleza europea, especialmente a la Monarquía Austríaca, con la cual Luis XVI, estaba emparentado por su esposa, María Antonieta, hija del Emperador Francisco I.

Con la caída de la fortaleza de La Bastilla, donde el propio Voltaire, había sido encarcelado en dos oportunidades en sus mazmorras, el antiguo régimen, se desmoronó, ante el grito desesperado de libertad, fraternidad e igualdad, que contagió al pueblo, dándole a la consigna una pertinencia republicana, tal cual lo plantearon 20 años antes, Jean Jacques Rousseau y el barón de Montesquieu, en sus famosos escritos.” El contrato Social” y “Del Espíritu y las Leyes”, de donde surgen los principios de soberanía popular y división de los poderes del Estado.

La Revolución Francesa cambió el curso de la historia de la humanidad, marcando el fin del “Antiguo Régimen”, dando origen y sustento a una nueva era. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, inspirada en los filósofos de mediados del siglo XVIII y por la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica en 1776, fue el sustento filo-político robusto del cambio radical, propuesto por la Revolución; Montesquieu, Rousseau y Voltaire, no habían pensado y escrito en vano.

Su espíritu libertario iluminó el sendero revolucionario francés, que luego se expandió por el mundo; ya no sería Dios quien confería la soberanía al monarca, sino el pueblo.   

La Jerarquía de la Iglesia recurrió al Papa, mientras que los sacerdotes y priores de la Clerecía Inferior, se solidarizaron con los rebeldes de la ruralidad. En pocas semanas, toda Francia, se había levantado en un clima de agitada confrontación. La Asamblea, donde deberían participar los representantes de los tres Estados, no sesionaba desde el 1614. Por ello, ante la anarquía y crisis económica-social imperante, el Estado llano comenzó a exigir al Rey Luis XVI, su inmediata convocatoria, quien aceptó la petición y convocó a La Asamblea Nacional, donde ya reunida, abolió el Régimen Feudal, se pronunció la célebre “Declaración de Los Derechos del hombre y del Ciudadano” y se sancionó la Constitución de 1791, donde el Clero perdió sus privilegios, quedando bajo dependencia estatal.

Tres tendencias políticas formaron bloques diferentes. Los Girondinos, los Jacobinos y cordeleros, se enfrentaron en los debates parlamentarios, entre 1791 y 1792, hasta que la asamblea se transformó en la Convención Nacional, aprobándose el fin de la monarquía absoluta y la conformación de un Directorio, integrado por cinco miembros con predominio Girondino, aunque en pocos meses, los Jacobinos tomaron el control de la Convención Nacional. Iniciándose “El Régimen del Terror”, durante el cual se cometieron, feroces matanzas y persecuciones.

El Papa Pio VI, incitó a los emperadores Leopoldo III de Austria y Federico Guillermo de Prusia, a una rápida intervención militar para terminar con la rebelión, ambos firmaron la Declaración Pillnitz, amenazando al pueblo de Francia, con la guerra, que finalmente sucedió.

En la primera batalla, el general revolucionario Dumouriez venció a las tropas Prusianas, al mando del Duque de Brumswick. El poeta y dramaturgo alemán, Goethe, testigo ocasional de la batalla, exclamó “Este día comenzó una nueva etapa en la historia del Mundo”. Enterados de la victoria, Robespierre y los Jacobinos acusaron de alta traición a Luis XVI, quien fue apresado en la cárcel del Temple, otorgándosele prioridad a la guillotina, donde fueron ejecutados 17000 personas, entre ellas el depuesto Rey Luis XVI, su esposa María Antonieta, cientos de Nobles y Clérigos, muchos contra revolucionarios y espías de Prusia y Austria, pero también importantes líderes revolucionarios como Danton y el propio Robespierre   y sus colaboradores cercanos.

 Las noticias y partes de guerra sobre las victorias en las distintas batallas, en el frente externo, comenzaron a exaltar la figura de un joven general corso, Napoleón Bonaparte, quien definitivamente derrotó al ejército Austriaco en Italia, convirtiéndose en el hombre más admirado de Francia.

El 18 brumario de calendario revolucionario francés, un golpe de Estado con apoyo popular terminó con el Directorio, siendo proclamado Bonaparte como Cónsul y convirtiéndose en el máximo protagonista de la política de Francia, quien disolvió el consejo de los quinientos, sancionó una nueva Constitución proclamándose primer Cónsul, acaparando para sí, todo el poder.

¡La revolución francesa, la más revolucionaria de todas las revoluciones, había terminado !El repiqueteo de los tambores de los ejércitos del Imperio de Bonaparte se escuchó por doquier, inclusive en la remota Moscú. En cada territorio conquistado se propaló el pensamiento republicano del iluminismo francés, que derivado en “La Revolución” produjo un cambio profundo de paradigma, donde nuevos grupos sociales irrumpieron en el escenario político, exigiendo la igualdad de todos los ciudadanos, ante la ley.

Los vestigios del feudalismo anacrónico de las monarquías absolutas europeas se habían derrumbado. La ruptura del orden feudal, jerárquico y vertical, que terminó con los privilegios del clero y la nobleza simbólicamente culminado por la revolución iniciada el 14 de julio de 1789, es considerado por los franceses como su día nacional, por ello hoy, desde este portal en el extremo sur del continente americano, saludamos, con profundo respeto y admiración, al gran pueblo de la República de Francia, honrando, los valores que surgieron en aquellos aciagos tiempos de la tribulada revolución.

ALLONS EFANTS DE LA PATRIELE

 JOUR DE GLORIE EST ARRIVÉ!

CONTRE NOUD DE LA TYRANNIE

L´ETENDARD SANGLANT EST LEVÉ…

¡VIVE LA FRANCE!

 

Actividad 1

1.       Amplia la información que muestra el texto, recuerda que la clase de historia no basa su objeto de estudio en datos y fechas, sino en la comprensión del legado ideológico a través del tiempo y realiza un ensayo sobre la libertad como columna vertebral del mercado y del capitalismo que marcan los paradigmas de la actualidad.

2.       Indaga en las noticias y presenta un informe acompañado de datos estadísticos sobre la situación actual de nuestro estado en términos de libertad.

Clase 3 y 4

 

Ara complementar el tema que hemos tratado durante este mes, a continuación les comparto un texto de un periódico local de la ciudad de Medellin, que expone la realidad de la pandemia frente a los hechos históricos que de una u otra forma son parte de nuestra carga paradigmática, y que seguro les abrirá un poco el panorama. Disfruten la lectura y déjense llevar por la prosa del profesor e historiador Jorge Orlando Melo.

 

Actividad 2

Realizar un informe de lectura, donde expongas la intencionalidad del texto, los argumentos del autor y la opinión que este genera en ti.  (2 paginas)

Epidemias y dilemas sociales

Jorge Orlando Melo



Las grandes catástrofes de la antigüedad recordaban a los hombres que a pesar del texto bíblico que les prometía el dominio del mundo, la naturaleza se salía con frecuencia de todo límite y control. El diluvio universal llevó a un nuevo pacto con los dioses y desde entonces epidemias, terremotos o inundaciones cubrieron pedazos y trozos, áreas limitadas de la Tierra.

Pero durante el Renacimiento se volvió a crear un mundo único y las grandes epidemias de la conquista del Nuevo Mundo —la primera pandemia— se sumaron a las pestes de Londres, París o Italia. El descubrimiento de América abrió el camino para que las comidas de los indios se convirtieran en los manjares de Europa: el tomate, el aguacate, la papa o el ají se sembraron en Europa y cambiaron su alimentación. Y la conquista de las Indias creó una economía mundial en la que el precio del azúcar en Londres llevaba a expediciones para capturar esclavos en África, o la producción de oro de Barbacoas alteraba los precios de las telas que llegaban a España. Hizo que a América llegaran animales desconocidos, como los perros, las vacas (transmisoras de la viruela), los cerdos (con los que vino la influenza o peste porcina), o los anofeles (portadores de la malaria), que transformaron su vida y sus enfermedades. La naturaleza, como lo mostró después Humboldt, se volvió una sola. Los virus, microbios, bacterias y parásitos cruzaron los océanos, y la viruela y la malaria, la fiebre amarilla, el dengue o el tifo, desconocidos en América, ayudaron a que la población de este continente cayera entre un ochenta y un noventa por ciento en cien años, mientras la sífilis cruzaba el Atlántico y se regaba por Francia o Italia. El aislamiento había ahorrado muchas muertes, pues los americanos no morían antes de viruela ni los europeos de sífilis, aunque en cada lado había algunas enfermedades, que en Europa producían plagas y pestes, con muertes abundantes, y en América mataban en forma más gradual.

De todos modos, la caída de la población americana fue una experiencia sorprendente y aterradora: los cronistas, sobre todo Bartolomé de las Casas, las describieron en su dureza, y los reyes, católicos creyentes, buscaron aliviar sus conciencias tratando de frenar la caída de la población. No lo pudieron hacer, porque el proceso escapaba a sus conocimientos y a sus formas de decisión: los españoles no sabían lo que estaba pasando y la medicina era incapaz de encontrar remedios para estas enfermedades. El hecho de que los americanos se contagiaran de viruela, pero los españoles pudieran resistirla, era incomprensible. Y los mecanismos de decisión, que concentraban la autoridad en los reyes, tampoco eran apropiados ni oportunos. Los gobernantes trataban de frenar algo las muertes con cuarentenas y sobre todo con medidas sociales que enfrentaban a los reyes con los colonos españoles: tal vez si se trataba mejor a los indios, si no se les hacía trabajar tanto, si tenían más tierras para cultivar, resistirían mejor las enfermedades. Pero, como hoy, si se prohibía el trabajo indígena, decían los colonos, se morirían todos de hambre, porque solo los indios trabajaban. Por eso las autoridades locales aceptaron lo que pedían los colonos de la Nueva Granada: obedecer las leyes pero no cumplirlas. Un cabildo americano se alegró en 1620 de que la viruela hubiera matado solo a los niños y los muchachos: así no se afectaban los tributos, que solo los adultos pagaban, y los ingresos del rey y de los colonos seguían llegando. La Corona no tenía cómo escoger entre objetivos que resultaban en gran parte incompatibles: la vida de los indios o la supervivencia económica de las colonias, y debía tomar esas decisiones a medida que surgían problemas concretos y locales, y teniendo cuidado de que el costo no fuera fatal para el imperio o para los vasallos más poderosos.

El proceso para convertir el mundo en un solo espacio económico, alimenticio, informativo, recreativo y productivo ha sido lento pero exitoso. Entre las epidemias de la conquista y el coronavirus han pasado ya quinientos años. Al comienzo las enfermedades llegaban en barco y se propagaban lentamente, con viajeros que venían a pie y en canoa desde la costa a Bogotá. En 1802 una epidemia de viruela hizo que en Bogotá soñaran con usar la vacuna: cuando la expedición llegó en 1804 con los niños que habían sido contaminados por el virus de las vacas, ya la epidemia había pasado, aunque no había sido tan dura como otras, porque desde 1782 se había empezado a inocular el virus de los enfermos a los sanos que se arriesgaban.

Pero ahora, en este confinamiento, el primero que me toca en la vida, estoy en medio del mundo y veo todas las mañanas las calles de Wuhan, Guayaquil o El Cabo o las ventanas desde donde la gente aplaude en El Ensanche o Milán: ahora las epidemias las riegan instantáneamente, entre otros, millones de turistas que en un solo día van hasta el otro extremo del mundo, convertido en un inmenso espacio de viajes y vacaciones y un solo ámbito de producción: el cierre de los bares en China hace que esa misma tarde alguien decida no sembrar cebada en África.

 

En estos cinco siglos los países capitalistas de Europa han ido imponiendo su dominio sobre el mundo, tanto en términos económicos como políticos y culturales. El avance de las técnicas extendió un sistema de producción que permite alimentar una población inmensa. Y desde el siglo XVIII la Ilustración produjo una cultura en la que periódicos y libros impusieron un ideología de la razón y cambiaron la forma de explicar las enfermedades, que dejaron poco a poco de ser castigos de Dios para convertirse en el resultado de cambios imprevisibles de la naturaleza y en el efecto de las conductas humanas, que deben estudiarse con métodos científicos, y que pueden combatirse y precaverse con cuarentenas, vacunas y remedios, y no únicamente con rogativas a la Virgen de Chiquinquirá, cuyo papel en la epidemia actual ha sido muy limitado.

Por eso ahora, en vez de esperar a que la Virgen de Chiquinquirá frene la epidemia, como hicieron los tunjanos en 1588 (según Pedro Simón, ella sí los oyó, y la epidemia de viruelas se acabó a los seis meses), se aplican cuarentenas (como lo hizo Pamplona ese mismo año, y se libró de las muertes que le tocaron a otras provincias en esos seis meses) y hay hospitales, pruebas y exámenes, drogas y remedios, modelos matemáticos de la extensión de la infección, datos y cifras. Las personas creen en la ciencia, en la razón, en las pruebas y los experimentos (y en lo que los medios les presentan como datos sólidos), y no confían mucho en que las rogativas, a quien sea, paren los contagios.

En los siglos XVIII y XIX a veces todavía las autoridades vacilaban: el obispo virrey Caballero y Góngora prohibió las cuarentenas o “degredos” de los comerciantes que subían de la costa a Bogotá, pues la epidemia de 1782 era un castigo divino que había que cumplir, por la rebelión de los comuneros contra el rey. Pero poco a poco las medidas humanas ganaron a la intervención divina y las epidemias se fueron reduciendo, a base de higiene, limpieza, comida más abundante, cuarentenas y, sobre todo, como pasó con la viruela, el sarampión, el polio y el tifo, a punta de vacunas. En 1918 vivimos la última gran epidemia: la gripa española. En dos meses mató unas dos mil personas en Bogotá, y otro tanto en el resto de Colombia, pocos comparados con los millones que probablemente arrasaron las epidemias del siglo XVI. Se aplicó toda la ciencia posible, a diferencia de la epidemia del cólera de 1849, cuando el dilema, como hoy, estuvo en gran parte entre la economía y la vida y el gobierno escogió la economía. Muchos liberales se opusieron a la cuarentena, pues iba a afectar la producción y el comercio; muchos conservadores se opusieron porque la población debía sufrir el castigo divino. Los artesanos estuvieron de acuerdo en que no hubiera confinamiento, para tener de qué vivir.

Hoy —en parte como resultado de los grandes cambios que avanzaron en el siglo XVIII, cuando se inventaron los derechos del hombre y la ciudadanía— la sociedad es democrática, más o menos, y los gobiernos tienen que aplicar medidas que cuenten con un respaldo social importante, que no produzcan la rebelión de los empresarios, de los desempleados o de la mayoría de la población. La democracia es complicada, con procesos de decisión muy enredados, que combinan la igualdad de los votos con la desigualdad inmensa de los poderes políticos o económicos: por eso hay que tener mecanismos para que los puntos de vista de los más poderosos y ricos no se impongan automáticamente, de modo que las decisiones tengan algo en cuenta los intereses y las opiniones (que no siempre coinciden) de los más pobres. El capitalismo es un sistema en el que finalmente mandan los empresarios, pero necesitan convencer a la mayoría de las personas: sus votos eligen los gobernantes, y las democracias son el resultado de esta difícil transacción entre el poder y el número. En esta epidemia se ha visto cómo los más amigos de los empresarios, Trump, Johnson o Bolsonaro, preferían correr los riesgos de salud para no afectar la economía, lo que también, a la larga, podía haber llevado a consecuencias difíciles de prever y calcular. Pero tuvieron que ceder ante la presión de la población, que no sabía cómo escoger pero finalmente se enfrentaba, en el corto plazo, a la angustia confusa e inmediata de la enfermedad, el hambre y la muerte.

La forma como se tomaron esas decisiones, y se tomarán las que tienen que ver con el retorno gradual a la vida normal, muestra las grandes limitaciones de los sistemas políticos: los datos son incompletos y deficientes o se ocultan, los recursos se administran más o menos a la brava, pero, fuera de algunos países autoritarios, hay que dar explicaciones a la opinión y no es posible desafiarla o engañarla más allá de ciertos límites. Uno podía ver cómo en España el ejército hacía hospitales mientras en Brasil se construían cementerios, y ambos casos eran presentados como ejemplo de eficiencia estatal; los aplausos en las ventanas eran lo importante, y todos hablaron durante semanas del pico del contagio, sin que nunca nos dijeran qué era, si el día en que empezarían a bajar los casos nuevos o los muertos, o cuando se redujera el “porcentaje de aumento”, o cuando bajara varios días seguidos, o qué: en el fondo era el momento en que los gobiernos podían decir a la población que ya la amenaza no era tan grave, y esto era lo que realmente importaba, pues era el gesto político que podría tranquilizar un electorado ansioso.

 

 

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