MUCHACHOS NO SEAN “LELOS”, DISFRUTEN
CADA MOMENTO EN EL QUE PUEDAN ADQUIRIR CONOCIMIENTO
GUÍA DE APRENDIZAJE Y TRABAJO AUTONOMO N° 03 |
NÚMERO DE HORAS 04 |
FECHA: FECHA: Desde 5 hasta el
30 de abril |
ASIGNATURA: historia |
Unidad 1: concepto
de libertad Temas: a. Revoluciones burguesas b.
Ética
como expresión de libertad c.
Libertad
como decisión política d.
Libertad
como performance social e.
Libertad
comercial-libre mercado f.
Política
y poder |
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DOCENTE: JUAN ESTEBAN GAÑAN ROMAN
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LOGROS ESPERADOS: Identifico los factores que originan los paradigmas de la edad
moderna |
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historia10b2020@gmail.com historia10c2020@gmail.com historia10d2020@gmail.com |
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PERIODO: 2 |
CRITERIOS DE EVALUACIÓN: Análisis de textos y videos relacionando conceptos Trabajo práctico relacional en casa para ser enviada su producción de
manera paulatina solo por actividad Evaluación reflexiva por el blog |
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GRADO: decimo |
Reciban todos un cordial saludo, la presente guía tiene como fin,
avanzar conceptualmente sobre los contenidos temáticos de las clases
correspondientes al mes de abril, en ese orden de ideas, encontraran a
continuación las clases numeradas del 1 al 4, pues nuestra intensidad horaria
es de una hora por semana.
Clase 1 y 2
Tras la instauración del sistema colonial, por arte de
algunos países europeos, la nueva clase burguesa originada en los Burgos,
(burguesía) apoyo todas las causas que llevaran al fin del feudalismo. Las
revoluciones burguesas en Europa y los movimientos independistas en América son
una buena prueba de esto.
A continuación te comparto un artículo de opinión, que nos
permite aproximarnos al concepto de libertad, que fue pilar filosófico de
dichos movimiento o revoluciones.
La revolución
francesa: "Libertad, fraternidad e igualdad”
Autor: Jorge
Ferronato
guillotina del rey Luis XVI durante la Revolución Francesa en un libro victoriano de fecha 1883
Hace 228 años se producía en la
ciudad de París una revuelta popular que conducirá inexorablemente a un proceso
revolucionario de pronunciados cambios sociales, políticos y económicos, que
modificará el devenir histórico de Francia, de Europa y del mundo.
Un día como hoy, el 14 de julio
de 1789, se produjo el asalto al presidio de La Bastilla, símbolo del poder
omnímodo del absolutismo francés. El pueblo parisino levantado en armas logró
penetrar los muros del tétrico baluarte, donde eran encarcelados todos aquellos
que osaban desafiar el orden jerárquico establecido. La violenta toma de la
prisión mostró la pronunciada grieta existente, entre la realeza y el estado
llano; por la situación de desprecio político, que desde el poder, se transmitía
hacia el pueblo. La sangrienta refriega se propaló hacia el interior del país,
estallando simultáneamente, tanto en las ciudades, cuanto en la campaña.
La nobleza absorta, solo atinaba
a huir de Francia. Los campesinos, se apoderaron de sus tierras, iniciando el
período que se conoció como “Grand Peur” al generalizarse la sublevación, la
monarquía se replegó y solicitó auxilio de la nobleza europea, especialmente a
la Monarquía Austríaca, con la cual Luis XVI, estaba emparentado por su esposa,
María Antonieta, hija del Emperador Francisco I.
Con la caída de la fortaleza de
La Bastilla, donde el propio Voltaire, había sido encarcelado en dos
oportunidades en sus mazmorras, el antiguo régimen, se desmoronó, ante el grito
desesperado de libertad, fraternidad e
igualdad, que contagió al pueblo, dándole a la consigna una pertinencia
republicana, tal cual lo plantearon 20 años antes, Jean Jacques Rousseau y el
barón de Montesquieu, en sus famosos escritos.” El contrato Social” y “Del
Espíritu y las Leyes”, de donde surgen los principios de soberanía popular y
división de los poderes del Estado.
La Revolución Francesa cambió el
curso de la historia de la humanidad, marcando el fin del “Antiguo Régimen”,
dando origen y sustento a una nueva era. La Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, inspirada en los filósofos de mediados del siglo XVIII
y por la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica en 1776, fue el
sustento filo-político robusto del cambio radical, propuesto por la Revolución;
Montesquieu, Rousseau y Voltaire, no habían pensado y escrito en vano.
Su espíritu libertario iluminó el sendero revolucionario francés, que
luego se expandió por el mundo; ya no sería Dios quien confería la soberanía al
monarca, sino el pueblo.
La Jerarquía de la Iglesia
recurrió al Papa, mientras que los sacerdotes y priores de la Clerecía
Inferior, se solidarizaron con los rebeldes de la ruralidad. En pocas semanas,
toda Francia, se había levantado en un clima de agitada confrontación. La
Asamblea, donde deberían participar los representantes de los tres Estados, no
sesionaba desde el 1614. Por ello, ante la anarquía y crisis económica-social
imperante, el Estado llano comenzó a exigir al Rey Luis XVI, su inmediata
convocatoria, quien aceptó la petición y convocó a La Asamblea Nacional, donde
ya reunida, abolió el Régimen Feudal, se pronunció la célebre “Declaración de
Los Derechos del hombre y del Ciudadano” y se sancionó la Constitución de 1791,
donde el Clero perdió sus privilegios, quedando bajo dependencia estatal.
Tres tendencias políticas
formaron bloques diferentes. Los Girondinos, los Jacobinos y cordeleros, se
enfrentaron en los debates parlamentarios, entre 1791 y 1792, hasta que la
asamblea se transformó en la Convención Nacional, aprobándose el fin de la
monarquía absoluta y la conformación de un Directorio, integrado por cinco
miembros con predominio Girondino, aunque en pocos meses, los Jacobinos tomaron
el control de la Convención Nacional. Iniciándose “El Régimen del Terror”,
durante el cual se cometieron, feroces matanzas y persecuciones.
El Papa Pio VI, incitó a los
emperadores Leopoldo III de Austria y Federico Guillermo de Prusia, a una
rápida intervención militar para terminar con la rebelión, ambos firmaron la
Declaración Pillnitz, amenazando al pueblo de Francia, con la guerra, que
finalmente sucedió.
En la primera batalla, el general
revolucionario Dumouriez venció a las tropas Prusianas, al mando del Duque de
Brumswick. El poeta y dramaturgo alemán, Goethe, testigo ocasional de la
batalla, exclamó “Este día comenzó una nueva etapa en la historia del Mundo”. Enterados
de la victoria, Robespierre y los Jacobinos acusaron de alta traición a Luis
XVI, quien fue apresado en la cárcel del Temple, otorgándosele prioridad a la
guillotina, donde fueron ejecutados 17000 personas, entre ellas el depuesto Rey
Luis XVI, su esposa María Antonieta, cientos de Nobles y Clérigos, muchos
contra revolucionarios y espías de Prusia y Austria, pero también importantes
líderes revolucionarios como Danton y el propio Robespierre y sus colaboradores cercanos.
Las noticias y partes de guerra sobre las
victorias en las distintas batallas, en el frente externo, comenzaron a exaltar
la figura de un joven general corso, Napoleón Bonaparte, quien definitivamente
derrotó al ejército Austriaco en Italia, convirtiéndose en el hombre más
admirado de Francia.
El 18 brumario de calendario
revolucionario francés, un golpe de Estado con apoyo popular terminó con el
Directorio, siendo proclamado Bonaparte como Cónsul y convirtiéndose en el
máximo protagonista de la política de Francia, quien disolvió el consejo de los
quinientos, sancionó una nueva Constitución proclamándose primer Cónsul,
acaparando para sí, todo el poder.
¡La revolución francesa, la más
revolucionaria de todas las revoluciones, había terminado !El repiqueteo de los
tambores de los ejércitos del Imperio de Bonaparte se escuchó por doquier,
inclusive en la remota Moscú. En cada territorio conquistado se propaló el
pensamiento republicano del iluminismo francés, que derivado en “La Revolución”
produjo un cambio profundo de paradigma, donde nuevos grupos sociales
irrumpieron en el escenario político, exigiendo la igualdad de todos los
ciudadanos, ante la ley.
Los vestigios del feudalismo
anacrónico de las monarquías absolutas europeas se habían derrumbado. La
ruptura del orden feudal, jerárquico y vertical, que terminó con los
privilegios del clero y la nobleza simbólicamente culminado por la revolución
iniciada el 14 de julio de 1789, es considerado por los franceses como su día
nacional, por ello hoy, desde este portal en el extremo sur del continente
americano, saludamos, con profundo respeto y admiración, al gran pueblo de la
República de Francia, honrando, los valores que surgieron en aquellos aciagos
tiempos de la tribulada revolución.
ALLONS EFANTS DE LA
PATRIELE
JOUR DE GLORIE EST ARRIVÉ!
CONTRE NOUD DE LA
TYRANNIE
L´ETENDARD SANGLANT
EST LEVÉ…
¡VIVE LA FRANCE!
Actividad 1
1. Amplia
la información que muestra el texto, recuerda que la clase de historia no basa
su objeto de estudio en datos y fechas, sino en la comprensión del legado ideológico
a través del tiempo y realiza un ensayo sobre la libertad como columna
vertebral del mercado y del capitalismo que marcan los paradigmas de la actualidad.
2. Indaga
en las noticias y presenta un informe acompañado de datos estadísticos sobre la
situación actual de nuestro estado en términos de libertad.
Clase 3 y 4
Ara complementar el tema que hemos tratado durante este mes, a
continuación les comparto un texto de un periódico local de la ciudad de Medellin,
que expone la realidad de la pandemia frente a los hechos históricos que de una
u otra forma son parte de nuestra carga paradigmática, y que seguro les abrirá
un poco el panorama. Disfruten la lectura y déjense llevar por la prosa del profesor
e historiador Jorge Orlando Melo.
Actividad 2
Realizar un informe de lectura, donde expongas la
intencionalidad del texto, los argumentos del autor y la opinión que este
genera en ti. (2 paginas)
Epidemias y dilemas sociales
Jorge Orlando Melo
Las grandes catástrofes de la
antigüedad recordaban a los hombres que a pesar del texto bíblico que les
prometía el dominio del mundo, la naturaleza se salía con frecuencia de todo
límite y control. El diluvio universal llevó a un nuevo pacto con los dioses y
desde entonces epidemias, terremotos o inundaciones cubrieron pedazos y trozos,
áreas limitadas de la Tierra.
Pero durante el Renacimiento se
volvió a crear un mundo único y las grandes epidemias de la conquista del Nuevo
Mundo —la primera pandemia— se sumaron a las pestes de Londres, París o Italia.
El descubrimiento de América abrió el camino para que las comidas de los indios
se convirtieran en los manjares de Europa: el tomate, el aguacate, la papa o el
ají se sembraron en Europa y cambiaron su alimentación. Y la conquista de las
Indias creó una economía mundial en la que el precio del azúcar en Londres
llevaba a expediciones para capturar esclavos en África, o la producción de oro
de Barbacoas alteraba los precios de las telas que llegaban a España. Hizo que
a América llegaran animales desconocidos, como los perros, las vacas
(transmisoras de la viruela), los cerdos (con los que vino la influenza o peste
porcina), o los anofeles (portadores de la malaria), que transformaron su vida
y sus enfermedades. La naturaleza, como lo mostró después Humboldt, se volvió
una sola. Los virus, microbios, bacterias y parásitos cruzaron los océanos, y
la viruela y la malaria, la fiebre amarilla, el dengue o el tifo, desconocidos
en América, ayudaron a que la población de este continente cayera entre un
ochenta y un noventa por ciento en cien años, mientras la sífilis cruzaba el
Atlántico y se regaba por Francia o Italia. El aislamiento había ahorrado
muchas muertes, pues los americanos no morían antes de viruela ni los europeos
de sífilis, aunque en cada lado había algunas enfermedades, que en Europa
producían plagas y pestes, con muertes abundantes, y en América mataban en
forma más gradual.
De todos modos, la caída de la
población americana fue una experiencia sorprendente y aterradora: los
cronistas, sobre todo Bartolomé de las Casas, las describieron en su dureza, y
los reyes, católicos creyentes, buscaron aliviar sus conciencias tratando de
frenar la caída de la población. No lo pudieron hacer, porque el proceso
escapaba a sus conocimientos y a sus formas de decisión: los españoles no
sabían lo que estaba pasando y la medicina era incapaz de encontrar remedios
para estas enfermedades. El hecho de que los americanos se contagiaran de viruela,
pero los españoles pudieran resistirla, era incomprensible. Y los mecanismos de
decisión, que concentraban la autoridad en los reyes, tampoco eran apropiados
ni oportunos. Los gobernantes trataban de frenar algo las muertes con
cuarentenas y sobre todo con medidas sociales que enfrentaban a los reyes con
los colonos españoles: tal vez si se trataba mejor a los indios, si no se les
hacía trabajar tanto, si tenían más tierras para cultivar, resistirían mejor
las enfermedades. Pero, como hoy, si se prohibía el trabajo indígena, decían
los colonos, se morirían todos de hambre, porque solo los indios trabajaban.
Por eso las autoridades locales aceptaron lo que pedían los colonos de la Nueva
Granada: obedecer las leyes pero no cumplirlas. Un cabildo americano se alegró
en 1620 de que la viruela hubiera matado solo a los niños y los muchachos: así
no se afectaban los tributos, que solo los adultos pagaban, y los ingresos del
rey y de los colonos seguían llegando. La Corona no tenía cómo escoger entre
objetivos que resultaban en gran parte incompatibles: la vida de los indios o
la supervivencia económica de las colonias, y debía tomar esas decisiones a
medida que surgían problemas concretos y locales, y teniendo cuidado de que el
costo no fuera fatal para el imperio o para los vasallos más poderosos.
El proceso para convertir el
mundo en un solo espacio económico, alimenticio, informativo, recreativo y
productivo ha sido lento pero exitoso. Entre las epidemias de la conquista y el
coronavirus han pasado ya quinientos años. Al comienzo las enfermedades
llegaban en barco y se propagaban lentamente, con viajeros que venían a pie y
en canoa desde la costa a Bogotá. En 1802 una epidemia de viruela hizo que en
Bogotá soñaran con usar la vacuna: cuando la expedición llegó en 1804 con los
niños que habían sido contaminados por el virus de las vacas, ya la epidemia
había pasado, aunque no había sido tan dura como otras, porque desde 1782 se
había empezado a inocular el virus de los enfermos a los sanos que se
arriesgaban.
Pero ahora, en este
confinamiento, el primero que me toca en la vida, estoy en medio del mundo y
veo todas las mañanas las calles de Wuhan, Guayaquil o El Cabo o las ventanas
desde donde la gente aplaude en El Ensanche o Milán: ahora las epidemias las
riegan instantáneamente, entre otros, millones de turistas que en un solo día
van hasta el otro extremo del mundo, convertido en un inmenso espacio de viajes
y vacaciones y un solo ámbito de producción: el cierre de los bares en China
hace que esa misma tarde alguien decida no sembrar cebada en África.
En estos cinco siglos los países
capitalistas de Europa han ido imponiendo su dominio sobre el mundo, tanto en
términos económicos como políticos y culturales. El avance de las técnicas
extendió un sistema de producción que permite alimentar una población inmensa.
Y desde el siglo XVIII la Ilustración produjo una cultura en la que periódicos
y libros impusieron un ideología de la razón y cambiaron la forma de explicar
las enfermedades, que dejaron poco a poco de ser castigos de Dios para
convertirse en el resultado de cambios imprevisibles de la naturaleza y en el
efecto de las conductas humanas, que deben estudiarse con métodos científicos,
y que pueden combatirse y precaverse con cuarentenas, vacunas y remedios, y no
únicamente con rogativas a la Virgen de Chiquinquirá, cuyo papel en la epidemia
actual ha sido muy limitado.
Por eso ahora, en vez de esperar
a que la Virgen de Chiquinquirá frene la epidemia, como hicieron los tunjanos
en 1588 (según Pedro Simón, ella sí los oyó, y la epidemia de viruelas se acabó
a los seis meses), se aplican cuarentenas (como lo hizo Pamplona ese mismo año,
y se libró de las muertes que le tocaron a otras provincias en esos seis meses)
y hay hospitales, pruebas y exámenes, drogas y remedios, modelos matemáticos de
la extensión de la infección, datos y cifras. Las personas creen en la ciencia,
en la razón, en las pruebas y los experimentos (y en lo que los medios les
presentan como datos sólidos), y no confían mucho en que las rogativas, a quien
sea, paren los contagios.
En los siglos XVIII y XIX a veces
todavía las autoridades vacilaban: el obispo virrey Caballero y Góngora
prohibió las cuarentenas o “degredos” de los comerciantes que subían de la
costa a Bogotá, pues la epidemia de 1782 era un castigo divino que había que
cumplir, por la rebelión de los comuneros contra el rey. Pero poco a poco las
medidas humanas ganaron a la intervención divina y las epidemias se fueron
reduciendo, a base de higiene, limpieza, comida más abundante, cuarentenas y,
sobre todo, como pasó con la viruela, el sarampión, el polio y el tifo, a punta
de vacunas. En 1918 vivimos la última gran epidemia: la gripa española. En dos
meses mató unas dos mil personas en Bogotá, y otro tanto en el resto de
Colombia, pocos comparados con los millones que probablemente arrasaron las
epidemias del siglo XVI. Se aplicó toda la ciencia posible, a diferencia de la
epidemia del cólera de 1849, cuando el dilema, como hoy, estuvo en gran parte
entre la economía y la vida y el gobierno escogió la economía. Muchos liberales
se opusieron a la cuarentena, pues iba a afectar la producción y el comercio;
muchos conservadores se opusieron porque la población debía sufrir el castigo
divino. Los artesanos estuvieron de acuerdo en que no hubiera confinamiento,
para tener de qué vivir.
Hoy —en parte como resultado de
los grandes cambios que avanzaron en el siglo XVIII, cuando se inventaron los
derechos del hombre y la ciudadanía— la sociedad es democrática, más o menos, y
los gobiernos tienen que aplicar medidas que cuenten con un respaldo social
importante, que no produzcan la rebelión de los empresarios, de los
desempleados o de la mayoría de la población. La democracia es complicada, con
procesos de decisión muy enredados, que combinan la igualdad de los votos con
la desigualdad inmensa de los poderes políticos o económicos: por eso hay que
tener mecanismos para que los puntos de vista de los más poderosos y ricos no
se impongan automáticamente, de modo que las decisiones tengan algo en cuenta
los intereses y las opiniones (que no siempre coinciden) de los más pobres. El
capitalismo es un sistema en el que finalmente mandan los empresarios, pero
necesitan convencer a la mayoría de las personas: sus votos eligen los
gobernantes, y las democracias son el resultado de esta difícil transacción
entre el poder y el número. En esta epidemia se ha visto cómo los más amigos de
los empresarios, Trump, Johnson o Bolsonaro, preferían correr los riesgos de
salud para no afectar la economía, lo que también, a la larga, podía haber
llevado a consecuencias difíciles de prever y calcular. Pero tuvieron que ceder
ante la presión de la población, que no sabía cómo escoger pero finalmente se
enfrentaba, en el corto plazo, a la angustia confusa e inmediata de la
enfermedad, el hambre y la muerte.
La forma como se tomaron esas
decisiones, y se tomarán las que tienen que ver con el retorno gradual a la
vida normal, muestra las grandes limitaciones de los sistemas políticos: los
datos son incompletos y deficientes o se ocultan, los recursos se administran
más o menos a la brava, pero, fuera de algunos países autoritarios, hay que dar
explicaciones a la opinión y no es posible desafiarla o engañarla más allá de
ciertos límites. Uno podía ver cómo en España el ejército hacía hospitales
mientras en Brasil se construían cementerios, y ambos casos eran presentados
como ejemplo de eficiencia estatal; los aplausos en las ventanas eran lo
importante, y todos hablaron durante semanas del pico del contagio, sin que
nunca nos dijeran qué era, si el día en que empezarían a bajar los casos nuevos
o los muertos, o cuando se redujera el “porcentaje de aumento”, o cuando bajara
varios días seguidos, o qué: en el fondo era el momento en que los gobiernos
podían decir a la población que ya la amenaza no era tan grave, y esto era lo
que realmente importaba, pues era el gesto político que podría tranquilizar un
electorado ansioso.
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