MUCHACHOS NO SEAN “LELOS”, DISFRUTEN
CADA MOMENTO EN EL QUE PUEDAN ADQUIRIR CONOCIMIENTO
Reciban todos un cordial saludo, la presente
guía tiene como fin, avanzar conceptualmente sobre los contenidos temáticos de
las clases correspondientes a las 3 semanas restantes de octubre, tras la
semana de receso estudiantil y la primera semana del mes de noviembre. En ese
orden de ideas, encontraran a continuación las clases numeradas del 1 al 4,
pues nuestra intensidad horaria es de una hora por semana, además podrán
encontrar las actividades en un tamaño de letra superior al resto del texto.
En la anterior guía, hicimos una
aproximación a los gobiernos fascistas o más conocidos como gobiernos
autoritarios. Las ideas giraron en torno a la forma como este tipos de gobierno
cohesionan y coaccionan el Estado.
Clase 1 y 2 (semanas del 12 al 23 de octubre)
Defender la democracia y los
derechos humanos, es un asunto primordial para las naciones del siglo XXI.
Particularmente los estados autoritarios de este siglo, se han camuflado en
democracias débiles a partir de la justificación del voto popular. Eso indica,
que probablemente los autoritarismos de este siglo, no posean líderes con
uniformes militares que se hagan llamar comandantes o fuhrer, sino más bien
disfrazados de presidentes carismáticos y allegados al pueblo, como el caso de Nicolás
Maduro en Venezuela, Vladimir Putin en Rusia o incluso el mismo dDonald Trump
en EEUU Por lo tanto estas dos sesiones
serán dedicadas a observar y reflexionar actitudes autoritarias de algunos
gobiernos en nuestra época.
Actividad 1
1. Realiza
un vocabulario de 20 palabras a fines a nuestros temas de los textos que se
presentan a continuación
2. Lee
las siguientes noticias y realiza un cuadro comparativo con al menos 6 aspectos
de las situaciones que allí se
presentan.
3. Lee,
interpreta bien esas noticias y explica en una página cuales son los síntomas
de un gobierno autoratirario.
Noticia 1
Tentaciones autoritarias: cómo América Latina nos preparó para Trump
La democracia en Estados Unidos está a prueba. Quienes hemos vivido o
trabajado en la región, conocemos bien de mandatarios que juegan con los
límites de su poder. Adiós al “excepcionalismo estadounidense”.
1 de agosto de 2020
MIAMI — Para los que hemos vivido
o trabajado en América Latina, las tentaciones autoritarias y los desplantes
fotográficos de Donald Trump, de pronto, se ven familiares. De hecho, los
periodistas latinoamericanos estamos bien entrenados para lidiar con alguien
como el actual presidente de Estados Unidos. Nos ha tocado ver una larga lista
de líderes que abusan de su poder y utilizan a los soldados para su propio
beneficio.
La democracia en Estados Unidos
está a prueba. El presidente se preguntó en un tuit si se deberían retrasar las
elecciones presidenciales de noviembre por un supuesto fraude en la votación
por correo. Por principio, no hay ningún fraude y Trump no puede tomar una
responsabilidad que es del Congreso. Trump va perdiendo en todas las encuestas
y retrasar las elecciones significaría que él se quedaría más tiempo del
estipulado en la presidencia, como muchos líderes autoritarios han hecho en el
pasado en América Latina.
Además de la preocupación de que
extienda su permanencia en el poder, inquieta el envío por parte de su gobierno
de agentes federales a Portland, Oregón, para contrarrestar las protestas de
los últimos dos meses. La mayoría de los 2000 agentes movilizados forma parte
de un grupo élite de la Patrulla Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés).
Pero líderes locales creen que su presencia es contraproducente y solo aumenta
las tensiones con los manifestantes que reclaman, precisamente, el abuso
policial y la desigualdad racial. “Esto es un ataque a nuestra democracia”,
dijo el alcalde de Portland, Ted Wheeler.
La demanda presentada por la
procuradora general de Oregón contra el Departamento de Seguridad Interna, el
Servicio de Alguaciles, el Servicio de Protección Federal y la Patrulla
Fronteriza describe imágenes que me recuerdan las prácticas más tenebrosas de
los sistemas totalitarios en América Latina. El documento dice que agentes
federales “han usado vehículos sin identificar para circular por el centro de
Portland, han detenido a manifestantes y los han puesto en vehículos sin
identificar, sacándolos de lugares públicos sin arrestarlos o establecer una
razón para su detención”.
Este tipo de abuso contra civiles
lo había escuchado de agentes de la seguridad del Estado en Venezuela,
Nicaragua y Cuba, pero no de operativos en Estados Unidos.
A menos de cien días de las
elecciones presidenciales, Trump ha amenazado con enviar a agentes federales a
otras ciudades, como Albuquerque y Chicago, que tienen alcaldes del Partido
Demócrata y que, de acuerdo al presidente, enfrentan problemas de criminalidad.
No es ningún secreto que, detrás de su mensaje de “ley y orden”, está su
explícito deseo de reelegirse. Son votos a través del uso de la fuerza.
Esto no es nuevo. En junio, días
después que se reveló que Trump fue llevado a un búnker de la Casa Blanca,
miembros de la Guardia Nacional y de la policía dispersaron con balas de goma y
gases irritantes a cientos de manifestantes pacíficos de la plaza Lafayette. Y
todo para que el presidente pudiera cruzar el parque y tomarse una fotografía
con la biblia en la mano frente a la iglesia de St. John.
El general Mark Milley, el
militar de más alto rango en el país y jefe del Estado Mayor Conjunto,
reconoció en un inusual discurso que se equivocó al acompañar al presidente
Trump en esa caminata. “No debí haber estado ahí”, dijo en un video, “mi
presencia […] creó la percepción que los militares están involucrados en política
doméstica”.
Sacar al ejército para que actúe
como policía dentro de Estados Unidos no es común. Hay que remontarse a una ley
de 1807, llamada The Insurrection Act. Y hasta el mismo secretario de Defensa,
Mark Esper, contradiciendo al presidente, dijo que esa opción militar solo debe
utilizarse “como último recurso” y que “no estamos en esa situación ahora
mismo”.
A pesar de eso, 1600 soldados en
activo de Fort Bragg en Carolina del Norte y Fort Drum de Nueva York fueron
enviados a las afueras de Washington D.C., según reportó The New York Times.
Ellos, finalmente, nunca fueron utilizados para controlar las manifestaciones.
Pero unos 5000 miembros de la Guardia Nacional sí llegaron de varios estados a
proteger la capital.
Todo esto generó un enorme malestar.
“Tenemos a los militares para pelear contra nuestros enemigos”, dijo el
almirante retirado Mike Mullen en una entrevista, “no para pelear con nuestra
propia gente”.
Lo que hizo Trump es muy inusual
y destruye cualquier vestigio del “excepcionalismo estadounidense”. En cambio,
lo hemos visto antes en América Latina. Algunos mandatarios de la región han
sacado a soldados y a agentes federales a las calles para imponer su voluntad y
atacar a sus propios ciudadanos u opositores. Y los resultados han sido desastrosos.
Las dictaduras militares en
Argentina y Chile fueron particularmente violentas y crueles con los civiles
opositores en las décadas de los setenta y ochenta. En México, el ejército
asesinó a decenas y quizás cientos de estudiantes en la masacre de Tlatelolco
en 1968. Y, en Guatemala, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico
concluyó que los militares fueron responsables del 85 por ciento de las
violaciones a los derechos humanos y hechos de violencia entre 1962 y 1996. A
pesar de que la gran mayoría de los países latinoamericanos son hoy democracias
funcionales, hay una larga y triste historia de militares utilizados por
razones ideológicas o partidistas.
La tan criticada decisión de
Trump de enviar a agentes federales a otras ciudades y su tuitera idea de
retrasar las elecciones presentan ahora un serio desafío para la democracia
estadounidense. Pero para que la nación no caiga en esa “predisposición
fundamental” para “limitar la libertad individual”, como lo describe la
profesora Karen Stenner en su libro The Authoritarian Dynamic, es preciso una
prensa vigilante, una mayoría bien informada y sin prejuicios, un ejército
profesional y apartidista y la absoluta independencia del Congreso y la Corte
Suprema de Justicia.
Al final, estoy convencido,
Estados Unidos sobrevivirá las tentaciones autoritarias de Trump. Es, quizás,
mi optimismo de inmigrante. Este todavía es un país mucho más fuerte que
cualquier individuo con falsos sueños de grandeza.
Por Jorge Ramos, diario the new
york times.
Noticia 2
Los nuevos rostros del autoritarismo de izquierda y derecha en el mundo
24 mayo 2019
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Las prácticas autoritarias se dan en
gobiernos tanto de izquierda como de derecha.
En lugar de dividir a los
gobiernos en democracias y regímenes autoritarios, la profesora Marlies
Glasius, del Departamento de Política de la Universidad de Ámsterdam, en
Holanda, invita a evitar las etiquetas binarias y considerar enfoques menos
obvios.
Ella identifica prácticas
autoritarias o liberales no solo en los países donde los gobernantes visten
uniformes o en los que el poder está en manos de tiranos, sino también en
países clasificados como democracias.
Glasius, directora del proyecto
Authoritarian Practices in a Global Age (Prácticas Autoritarias en la Era
Global), explica que los métodos autoritarios son los que van en contra de los
intentos de responsabilizar, cuestionar y criticar tanto a los gobiernos y sus
representantes, como a las empresas y a las autoridades.
Por otro lado, las democracias
"iliberales", según explica ella, son las que amenazan la autonomía y
la dignidad de las personas. También atentan contra los derechos humanos y las
libertades individuales.
Así, imponer sigilo sobre sus
propias actividades, minar el control popular, difundir fake news, descalificar
a la prensa y, en algunos casos, hasta a organismos oficiales de gobierno, y
sofocar a los más críticos, son practicas autoritarias que se pueden encontrar
en gobiernos considerados democráticos y en grandes organizaciones, de acuerdo
con la profesora.
Noticia 3
Argentina 78, el fútbol como
coartada de la dictadura
Por Ezequiel Fernández Moores
12 de junio de 2018
El dictador argentino Jorge Rafael Videla saluda a Osvaldo Ardiles, a
la derecha, y al capitán Daniel Passarella, a la izquierda, celebrando la Copa
del Mundo 1978, tras la final entre Argentina y Holanda en Buenos Aires.
“Los que creen que el deporte no tiene nada
que ver con la política o no saben nada de deporte o no saben de política”, es
una frase que hace tiempo me dijo Gerardo Caetano, exfutbolista y hoy destacado
historiador uruguayo. Lo recuerdo porque la Argentina de hace algunos días
estaba agitada por la negativa de la selección blanquiceleste a jugar en
Jerusalén.
Fue el polémico escenario que
eligió Israel y que Lionel Messi y sus compañeros consideraron riesgoso a menos
de una semana de su debut en Rusia 2018. Es una Argentina que, además, celebra
este junio los cuarenta años del Mundial 78. Fue su primera Copa del Mundo,
pero la alegría quedó históricamente opacada porque fue ganada bajo la peor de
sus dictaduras, que intentó ocultar asesinatos, desapariciones y torturas con
los goles de Mario Alberto Kempes, héroe de la conquista.
La Copa del 78 fue también el
primero de los siete Mundiales que cubrí como periodista. Tenía diecinueve años
y era novel cronista de Noticias Argentinas (NA). La agencia era uno de los
pocos medios de prensa en los cuales, en aquellos tiempos del horror, las
Madres de Plaza de Mayo podían dejar sus comunicados que avisaban la masacre.
Yo no tenía militancia ni
formación política. Vivía en una clase media que, recuerdo, celebró aliviada el
golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 liderado por el general Jorge Rafael
Videla. Parecía un golpe más en la accidentada vida democrática del país, que
en aquellas décadas siempre era interrumpida por el llamado “Partido Militar”.
Pero la de Videla fue la dictadura más sangrienta de todas. Y llegó el Mundial.
Estuve en el estadio Monumental
de River Plate el 1 de junio de 1978 cuando Videla, acompañado de autoridades
eclesiásticas, declaró inaugurado “el Mundial de la paz”, como lo llamó en su
discurso de apertura. A su lado también estaba el brasileño João Havelange, que
quería que todo funcionara perfecto en su primer Mundial como presidente de la
FIFA.
Más de setenta mil personas
colmaban las tribunas. Algunos ya eran víctimas del horror, como el
exfutbolista Claudio Morresi, que años después fue Secretario Nacional de
Deportes durante el kirchnerismo. Su hermano Norberto, militante de 17 años de
la Unión de Estudiantes Secundarios, estaba desaparecido desde 1976. Unos 1800
estudiantes secundarios hicieron coreografías bajo melodías militares.
La dictadura había decretado
asueto. El periodista holandés Frits Jelle Barend eligió ir ese día a la Plaza
de Mayo, ubicada a cuarenta cuadras del Monumental. Filmó a las Madres dando
vueltas en círculo con pañuelos blancos en sus cabezas, desesperadas y pidiendo
ayuda. Fueron las primeras imágenes que se conocieron en Europa sobre el drama.
El argentino Mario Kempes, a la derecha, celebra después de anotar el
segundo gol de Argentina contra los Países Bajos, durante la final de la Copa
Mundial, en el Estadio River Plate, en Buenos Aires, el 25 de junio de 1978.
El argentino Mario Kempes, a la
derecha, celebra después de anotar el segundo gol de Argentina contra los
Países Bajos, durante la final de la Copa Mundial, en el Estadio River Plate,
en Buenos Aires, el 25 de junio de 1978. Credit...Associated Press
Las Madres, igual que la mayor
parte de la población, no sabían que muchos de sus hijos estaban secuestrados a
solo setecientos metros del Monumental. La Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA) fue el principal centro de detención, tortura y muerte de la dictadura.
En los alrededores de la ESMA y del Monumental, dos militantes se animaron
aquel 1 de junio a repartir folletos denunciando el horror.
Se llamaban Rubén Alfredo
Martínez y Celestino Omar Baztarrica. Sus nombres abren la lista de los
cincuenta desaparecidos que hubo durante el mes del Mundial, nueve de ellos
mujeres embarazadas, algunos de cuyos hijos aún siguen siendo buscados. Se
incluyen en los treinta mil desaparecidos que reclaman históricamente los
organismos de derechos humanos. Hoy, a cuarenta años, se publican nuevos libros
y documentales que recuerdan la convivencia entre la fiesta y el horror. Ese
“carnaval insensato”, como lo describió un poema del periodista Carlos
Ferreira.
Cubrí el Mundial 78 con ojos bien
abiertos, pero sin saber exactamente dónde había que mirar. Recuerdo inclusive
una entrevista que le hice al atacante holandés Johnny Rep horas antes de la
final contra Argentina. “Tenemos miedo de ganar”, me dijo Rep. Así inicié el
artículo. Pero sin comprender, en realidad, a qué miedo aludía Rep. La
selección dirigida por César Menotti ganó 3-1 esa final en tiempo extra. Los
torturadores de la ESMA vieron el partido junto con los presos que usaban como
mano de obra esclava. A algunos de ellos los sacaron inclusive a las calles
dentro de un automóvil para demostrarles que nadie se preocupaba por ellos. Que
el pueblo celebraba por fin una Copa del Mundo.
En un momento, con el auto sin
poder avanzar un metro, en medio de la multitud, Graciela Daleo le pidió a sus
captores abrir el techo descapotable del automóvil. Sintió que si gritaba que era
una desaparecida nadie le prestaría atención. Me lo contó ella misma en un
documental que trabajé para la televisión argentina en 2003 y que luego compró
History Channel. Algunos que habían logrado escapar, como el filósofo Claudio
Tamburrini, exarquero del club Almagro, aprovecharon la fiesta para salir del
encierro y mezclarse entre la gente.
La primera investigación la hice
en 1982, apenas regresé del Mundial de España, junto con compañeros de la
agencia Diarios y Noticias (DyN). Establecimos que los gastos económicos del
Mundial 78 casi cuadruplicaban a los de la Copa de España 82. Ese mismo año
trabajé en otro documental para una radio sobre cómo vivieron el Mundial las
víctimas de la represión. Con los años, ampliando un poco la mira, cambié mi enojo
inicial sobre cómo fue posible que se jugara ese campeonato en medio del
horror. Entrevisté a jugadores peruanos que recibieron en el vestuario la
visita inesperada de Videla junto con Henry Kissinger antes de su derrota
sospechada de 6-0 ante Argentina, que se clasificó a la final por mejor
diferencia de gol.
“La dictadura supuso que
el triunfo deportivo le daría gloria eterna”.
Y hablé también con víctimas que,
aún con capuchas y grilletes, recordaron su grito de gol en la prisión como un
inolvidable segundo de libertad. Me conmoví cuando Osvaldo Ardiles, acaso el
jugador más lúcido del equipo, me contó que, con el tiempo, él se preguntó
siempre sobre las consecuencias de cada gol de la selección. Por un lado, me
dijo, sintió que ese gol aflojaba acaso la furia del torturador. Pero,
simultáneamente, ese mismo gol podía servir también para alargar la dictadura.
Imposible saberlo en aquellos
días. Tras la conquista del 78, la dictadura supuso que el triunfo deportivo le
daría gloria eterna. Videla, que se creyó dueño de la pelota y en ese entonces
recibía elogios de la prensa, murió en 2013 cumpliendo su condena de prisión
perpetua y Argentina volvió a coronarse en México 86, cuando algunos
confundieron la Mano de Dios de Diego Maradona contra Inglaterra con casi una
revancha de la Guerra de Malvinas.
Diego Armando Maradona sostenía el trofeo del Mundial de Fútbol de 1986
después de la victoria de Argentina ante Alemania Federal en el Estadio Azteca,
en Ciudad de México, el 29 de junio de 1986.
Me impresionó en la Copa del 98
ver al presidente francés Jacques Chirac, a poco metros de donde yo estaba,
casi pujando con el capitán Didier Deschamps para ganarle el centro de la
escena en el palco del triunfo. Y escuchar en la última Copa de Brasil 2014 a
casi todo un estadio lanzar insultos homofóbicos contra la presidenta Dilma
Rousseff.
Vladimir Putin no será el primero
ni el último político que, tal vez, busque sacar provecho del Mundial que
comenzará el jueves próximo en Moscú. Pero la historia ya ha demostrado que los
réditos, si los hay, tienen fecha de vencimiento.
Clase 3 y 4 (semanas del 26 de octubre al 6 de noviembre)
Luego de haber reconocido las característica<s de los
gobiernos autoritarios o dictactoriales, y haber percibido a través de la
prensa, los sentimientos que estos generan en una sociedad que sabe de derechos
humanos y ue es conciente de lo que ha significado para occidente la
instauración de la democracia, pasaremos a observar mas de cerca el accionar de
Hitler, como una consecusion a los procesos que se iniciaron en Europa tras la
primera guerra mundial.
¿Cómo llegó Adolf Hitler al poder? La historia del fin de una
democracia
¿Sabías que Adolf Hitler llegó al poder aprovechándose de
mecanismos legales y debilitando paso a paso al sistema democrático de la
llamada República de Weimar? A continuación, te explicaremos el contexto en el
que una organización política, inicialmente marginal, llegó al poder y eliminó
toda clase de oposición al interior de Alemania, estableciendo el totalitarismo
que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
El Partido Nazi fue fundado en 1919 en la inestable
República de Weimar.
- En 1923, los nazis dieron un golpe de Estado conocido como
el Putsch de Múnich, que tuvo como resultado la ilegalización del partido y el
encarcelamiento de Hitler.
- Tras volver en la legalidad, los nazis participaron en
procesos electorales, llegando al poder en 1933 con Hitler como canciller (jefe
de gobierno).
- A la muerte del jefe de Estado, Paul von Hindenburg (1934),
Hitler unificó el cargo de presidente con el de canciller.
- Dentro del Partido Nazi existían facciones: la SS, más
disciplinado y fiel a Hitler; la SA, que aspiraban a absorber al ejército
alemán; y el strasserismo, la rama más socialista del nacionalsocialismo.
Del imperio a la república
Los efectos de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial
(1914-1918) están estrechamente vinculados con el nacimiento del nazismo. La
derrota y caída del Imperio alemán (1871-1918) en aquel conflicto implicó el
establecimiento de un nuevo régimen en Alemania: la República de Weimar
(1918-1933).
Este régimen surgió tras la Revolución de Noviembre de 1918,
la cual se produjo poco después de que el Imperio alemán pidiera un armisticio
a sus principales potencias enemigas (Francia y el Reino Unido). De este modo,
Alemania pasó de un sistema monárquico a una república parlamentaria. Ahora
bien, ¿por qué “República de Weimar”? Por la ciudad donde se proclamó la
Constitución de 1919, norma fundamental de la naciente república alemana.
A la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial se sumó la
firma del oneroso Tratado de Versalles de 1919. Mediante este tratado, las
potencias vencedoras en la guerra impusieron a Alemania el desarmarse, una
durísima indemnización económica (que recién se terminó de cancelar en el 2010)
y la pérdida de sus colonias. Muchos alemanes consideraron excesivo y
humillante aquel tratado, lo que fue utilizado políticamente por un partido
surgido del descontento y la crisis provocada por el fracaso militar.
La República de Weimar fue un régimen bastante inestable.
Padeció diversos acontecimientos que contribuyeron a debilitarla: el
levantamiento comunista de la Liga Espartaquista (enero de 1919), intento
revolucionario liderado por Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht; el
establecimiento de la llamada República Soviética de Baviera (entre abril y
mayo de 1919), otro proyecto revolucionario finalmente sofocado en aquella
región; el golpe de Estado de Wolfgang Kapp (marzo de 1920), de tendencia
derechista; el Levantamiento del Ruhr (marzo-abril de 1920), sublevación de
izquierda en respuesta al golpe de Kapp; la hiperinflación (1921-1923); la
ocupación militar de la cuenca minera del Ruhr (1923-1925) por parte de tropas
francesas y belgas debido el atraso de Alemania en los pagos de reparación de
guerra; el Putsch de Múnich (noviembre de 1923), nombre que se le dio al
fracasado golpe de Estado liderado por Hitler; la Gran Depresión (1929); y,
finalmente, la llegada de los nazis al poder en 1933, que supuso el fin del
régimen republicano y el establecimiento del Tercer Reich. Esto es, el
totalitarismo que inició la Segunda Guerra Mundial. En todo este contexto,
¿cómo surgió el Partido Nazi?
(Adolf Hitler con
bigote junto a dos soldados alemanes y su perro Fuchsl. Foto: Wikimedia
Commons)
El descontento generado por el desempleo, la inestabilidad
política y la crisis económica (que incluyó una de las peores inflaciones de la
historia) fueron el caldo de cultivo para la polarización política y la
radicalización de amplios sectores de la sociedad.
Muchos veteranos de la Primera Guerra Mundial se plegaron a
los llamados “Freikorps”, grupos de paramilitares ultranacionalistas y
anticomunistas. Por otra parte, surgió el Roter Frontkämpferbund, la
organización paramilitar de los comunistas, conocida como el “Rotfront”. Estos
grupos contribuyeron al desorden y la violencia.
(Fotografía que
muestra la hiperinflación que padecía la República de Weimar. Niños jugando con
cerros de billetes sin valor adquisitivo Fuente de la foto: Mount Holyoke
College)
En 1919, el gobierno republicano investigaba las actividades
de organizaciones políticas que pudieran ser de tendencia subversiva. Téngase
presente que, en medio de un escenario similar, los bolcheviques habían llegado
al poder en Rusia tan solo dos años antes.
En tal contexto, el servicio de inteligencia del ejército
alemán dio una misión a un cabo austriaco veterano de la Primera Guerra
Mundial. Aquel cabo era Adolf Hitler y su misión era espiar las actividades del
denominado Partido Obrero Alemán, una organización fundada aquel año por Anton
Drexler y Karl Harrer, que usaba una taberna de Múnich como punto de encuentro
de su militancia.
La creación del Partido Nazi y "Mi lucha"
Hitler se infiltró en las reuniones del Partido Obrero
Alemán, pero coincidió con las ideas de esta organización, llegando a dar un
discurso que impresionó a la militancia del partido. Tras nueve meses, Hitler
abandonó el ejército, se integró al partido, llegó al poder dentro del mismo y
desplazó a los líderes originales, quienes renunciaron poco después.
En 1920, Hitler le dio un nuevo nombre a la organización:
Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, más conocido como el Partido Nazi.
Mediante un discurso ultranacionalista, que reivindicaba el supuesto orgullo
germano herido por la derrota en la “Gran Guerra”; revanchista hacia las
potencias vencedoras y hacia los “enemigos” internos (comunistas y judíos);
racista, principalmente antisemita (culpaban a los judíos de todos los males de
Alemania); y tanto anticapitalista como anticomunista, los nazis fueron ganando
adeptos entre amplios sectores de la sociedad descontentos por el contexto de
crisis social y política que vivía el país.
El movimiento de Hitler se inspiraba en el fascismo
italiano, pero agregó la reivindicación de la raza aria y elementos racistas y
antisemitas.
Los fascistas italianos habían llegado al poder en 1922, en
el episodio conocido como “la marcha sobre Roma”. Se trató de la insurrección
con la que Mussolini tomó el poder, que consistió en una marcha de más de 40
mil camisas negras fascistas desde distintos puntos de Italia para exigir el
poder. Así, el rey Víctor Manuel III nombró a Mussolini primer ministro del
Reino de Italia, iniciándose de este modo el régimen fascista (Italia se
convertiría en una república solo después de la Segunda Guerra Mundial).
En 1923, los nazis intentaron dar su propio golpe de Estado.
El episodio se conoció como el Putsch de Múnich. La intentona golpista fue un
fracaso, murió una veintena de personas y Hitler acabó preso en la cárcel de
Landsberg. Durante su prisión, Hitler escribió “Mi Lucha” (originalmente se iba
a titular “Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la
cobardía”), libro autobiográfico en el que expuso sus ideas acerca de la nación
alemana y sus proyectos geopolíticos.
(Cabecillas del Putsch de Múnich. Flanqueando a Hitler, el
general Ludendorff, héroe de la Gran Guerra, y Ernst Röhm, futuro jefe de la
SA. Fuente: Archivo Federal Alemán)
Todo lo anterior hizo de Hitler una figura política popular
con un trato especial en Landsberg donde recibía visitas de diversas
personalidades. Finalmente, el líder nazi fue liberado gracias a una amnistía
masiva para presos políticos el 24 de diciembre de 1924, tan solo ocho meses
después de ingresar a Landsberg, a pesar de haber sido condenado a cinco años.
Una vez libre, Hitler reorganizó el Partido Nazi y decidió
ir por la vía legal y participar formalmente en elecciones. Esto pese a que
consideraba que la democracia hacía del gobierno un “mendigo de la mayoría
ocasional”. A partir de esta legalización, los nazis utilizaron los mecanismos
del sistema democrático para llegar al poder.
Actividad 2
1.
Realiza un vocabulario de 15 palabras respecto a
las lecturas
2.
Realiza una síntesis del texto